Dos inteligencias embriagadas del oficio de la letra algún día coincidieron oportunamente en sus trayectorias. Se dijeron uno al otro:
—
¿Cómo estás? ¿Qué te parece si te lees esto, y
haces un cuento por cada capítulo?
—
¡¿Qué…?!
—
Sí, ésta es una estrategia didáctica que yo he
trabajado durante tres años con mis estudiantes de Filosofía. Empezó teniendo
sólo 17 preguntas, las cuales abordaban siguiendo el recorrido que va de la mayéutica
a la polémica. Terminó con un contenido de 68 preguntas en 12 temas. Ahora
tengo un proyecto muy ambicioso al que te quiero invitar. Escribir una novela
constituida por 13 capítulos, y que cada uno de ellos sea un cuento.
—
Pues sí. Tienes razón, es un proyecto muy ambicioso
(Este hombre está loco. Escribir un cuento es sumamente difícil y entre dos,
más. Pero voy a seguirle el carrete a ver qué sale. Le diré que sí, pues ya sé
que a las primeras páginas se va a dar cuenta de que es complicadísimo lo que
pide).
—
Podemos empezar por un capítulo y si funciona,
le seguimos. ¿Estás de acuerdo? (No sé ni en la que me estoy metiendo, pero
quién quita y pega ¿No?).
Eligieron iniciar con la escritura de uno de los capítulos del centro de la novela. Extrañamente las cuatro manos comenzaron a saltar fluidamente en la melodía de las teclas de un computador. ¿Por qué funcionó?
Porque los dos sabían ceder.
¿Ceder? ¿En qué?
Compartieron
sus conocimientos, engarzaron su creatividad hasta que no fue claro cómo los
vocablos se acomodaron en armonía, confundiendo su origen. Ya no sabían quién
era el dueño de cada uno de ellos. La mayoría de las oraciones las empezaba uno
y las terminaba otro. Ninguno quiso imponerse. Simplemente se pusieron a bailar
con palabras, a jugar, a disfrutar.
Es que la competencia arruina las
relaciones. No se trata de ganar ni de perder, sino de dejarse llevar por el remolino
de los pensamientos y las pasiones.
Sí, para escribir se
necesita pasión. Lo que hicieron suena fácil. ¿Pero a ver, siéntense ustedes a
hacerlo?
Un día los vi envueltos en el
despertar de la memoria; dos buenos hermanos jugando como duendecitos. Ya
llevaban trecho caminado en el laberinto de la enseñanza y la amistad. Ambos
compartían el mismo espacio y el mismo sentir.
—
¿Por qué crees que coincidimos?
—
Porque estamos locos. ¿O no?
—
Nos preocupan cosas similares. No importa que
se entrecrucen las palabras, siempre llegamos a un acuerdo, yo siendo filósofo
y tú literata. Cada quien exponiendo su punto vista a sabiendas de que el otro
lo va a escuchar con respeto.
—
Hasta este diálogo introductor lo hemos creado
entre los dos. Lo que no puedo negar es que esto a mí me divertía. ¿Y a ti?
—
A mí también; me embriagaba esa explosión de
preguntas que nos llevaban a las fronteras de lo más íntimo. Por eso decidimos
escribir una novela distinta.
—
¿Por qué es diferente esta
novela?
—
Porque lo que buscamos es
apegarnos a la realidad actual de un adolescente de bachillerato con cuestionamientos
que van desde su mundo cotidiano hasta la filosofía más abstracta. No queríamos
personajes ñoños, es decir, que
vivieran situaciones imaginarias, sin sexualidad, sin palabras altisonantes,
sin odios.
—
Pero además, intentamos que
este texto funcione como una estrategia didáctica y no sólo como narrativa, por
tal motivo hemos mantenido el apéndice que aparece al final, así como las notas
al pie de página. También hemos puesto seudónimo a los nombres de nuestros
conocidos para respetar su anonimato.
—
Tampoco queremos llegar a
conclusiones últimas, sino que buscamos generar en el lector una tormenta de
dudas y reflexiones propias acerca de los temas tratados.
—
Podríamos afirmar que ante
todo este escrito quiere ser ¡¡UNA PROVOCACIÓN! ¿Te animas a leerlo?
Este diálogo empezó a partir de tu problemática de adolescente. Pasea en el sendero que te llevará por distintas temáticas. Piensa que las preguntas formuladas por este par de locos te invitan a navegar en el océano de tu propio yo para llegar al enigma del Ser y del Ser Humano. ¡Buen viaje!
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