Hoy me he sentido feliz, todo el
día, y varias veces me he preguntado ¿qué es felicidad? Porque en muchos
momentos Luis se ha cruzado por mi mente, extrañamente esta felicidad está
permeada de la angustia que me causa su ausencia... es una tristeza feliz.
También me proporcionan felicidad las caricias de Mariana cuando me ha
mantenido acurrucado en su vientre al terminar de amarla. Sin embargo, esa
relación de igual manera me causa angustia porque no siento la total entrega de
ella. Sus frecuentes evasivas colocan en suspenso el alma de mi existencia
¿Cómo puedo decir entonces que soy feliz con ella? Las subidas y las bajadas
entre el cielo y el infierno me marean, de repente un encuentro pleno y otras
veces... nada. En la escuela no existo para ella, en cambio en su casa, durante
nuestros acercamientos amorosos, a veces si la siento mía y soy suyo. Me trata
bien, me acaricia con cariño, me cuida, me acepta hasta las bromas más pesadas
sin enojarse. Pero, en público... no puedo ni aproximarme a diez metros porque
con una simple mueca me demuestra su absoluto rechazo ¿Le da pena estar
conmigo?
—
Es evidente que se avergüenza de ti. No
comprendo cómo aceptas esa humillante situación.
—
¿Por qué la vida es tan complicada? ¿Por qué
de tiempo completo tenemos problemas?
—
¿Podrías ser feliz si nunca tuvieras
problemas?
—
Carajo... ahora si me sacaste de onda... Creo
que no. Los obstáculos que se nos presentan en la vida nos ayudan a crecer, a
madurar, a forjar un carácter y a ser fuertes como un guerrero para enfrentar
las adversidades. He analizado las distintas facetas de mi existencia y he
llegado a la conclusión de que sin problemas seríamos seres débiles, frágiles
como los bebés que no alcanzan a comprenderse a sí mismos. Aún así, me gustaría
vivir con plenitud, lleno de alegría y placer.
—
Pon a trabajar tu imaginación. Tengo aquí una
droga llamada euforia y te la inyecto vía intravenosa. Genera en ti un
orgasmo físico, emocional, intelectual y espiritual. Te pregunto ¿eso te haría
feliz?
—
Me metes en cada lío mental que me obligas a
retornar los pasos que mi cerebro ya había caminado. Déjame pensar... Si vivo
bajo los efectos de esa droga no voy a ser yo. Sería un remedo de humano, pues
estaría fuera de mí mismo, por lo tanto creo que no se puede ser feliz si no se
es plenamente uno mismo.
—
¿Qué es ser pleno? Porque ya van dos veces que
lo dices.
—
Ser pleno es hacer lo que uno quiere y lo que
cree que debe hacer.
—
Pero a tu edad ¿cómo lo puedes tener claro?
—
No se puede tener todo claro, pero si se puede
vivir de acuerdo a las propias convicciones. Por ejemplo, este día en el que he
pensado tanto en Luis me he dado cuenta que él era un niño feliz, tal vez no
llegaba a profundizar en sus acciones, pero sabía qué hacer, actuaba conforme a
sí mismo, y hacía lo que quería, y no porque lo tuviéramos consentido, sino
porque sabía ser plenamente niño. Se comía los dulces a escondidas, se robaba
las galletas, hacía las cosas con gusto, pues el verdadero deber surge del
gusto. ¿Podría haber belleza en uno sin el gusto por lo que se hace?
—
Otra preguntita difícil ¿qué es el deber,
según tú?
—
Según yo, no, desde el punto de vista de Kant[1] el deber es la
universalización del querer. En otras palabras, es actuar de tal manera que se
pudiera desear que todos actuaran igual. Por ejemplo, si todos matáramos no
habría sociedad, no sería posible la vida entre nosotros.
—
Me estás reduciendo todo a las leyes
universales, cada persona tiene algo que se resiste a ser universalizado ¿No lo
sabías? Yo también te puedo poner un ejemplo, una tradición de un pueblo
cualquiera responde a un deber y sin embargo tiene sentido porque pertenece a
ese pueblo. De la misma forma las personas poseen una naturaleza interior que
las hace únicas, un deber que se expresa como una fidelidad a sí mismas. Tú
mismo eres un ejemplo, te la pasas pensando, esa una característica que te
define, y no puedes obligar a los demás a que sean como tú eres. Entonces
vuelvo a preguntar ¿qué es el deber?
—
Me acabas de tirar mi castillo de arena.
Cierto. El deber, al menos el que lleva cada quien, se fundamenta en la
fidelidad a uno mismo, en eso que le llaman la autoestima, en quererse a sí, en
respetarse, en aceptarse sin importar lo que opinen los demás.
Esa tarde, Lupe disfrutó la compañía
de su padre. No cruzaron palabra alguna, sin embargo, los dos sentían la
presencia y la aceptación el uno del otro. Vieron durante una hora un
documental sobre los regímenes totalitaristas: La esclavitud de los hombres de color,
el holocausto sufrido por los judíos, los ordenamientos del cono sur de América
Latina. Compartieron el mismo dolor, la misma angustia frente a ese pasado que
no auguraba un futuro halagüeño para el ser humano. El deber entonces le
pareció muy distinto, como un llamado del miserable, del extranjero, del
huérfano, de la viuda y de todo aquél que se haya marginado.[2] Se cuestionó con mayor firmeza qué era la
felicidad. ¿No será la filosofía el arte de saber ser feliz? Esos hombres no
eran libres, no hacían lo que querían, estaban coartados, limitados por la
constante amenaza de la muerte que se reía de sus ilusiones de libertad, de sus
sueños, de sus aspiraciones, de su propia humanidad.
—
¿Qué es indispensable para ser feliz, pa?
—
Yo creo que el amor hijo, esos seres no
tuvieron amor.
—
¿Ni entre ellos?
—
Tal vez en algunos momentos, pero la tiranía
de la que eran presos no les permitía darlo ni recibirlo a plenitud.
—
Qué curioso, hoy estuve pensando en la
plenitud ¿para ti qué eso?
—
¿Qué es qué? Siempre te sales por la tangente.
Nunca puedo entenderte por eso. ¿Qué quieres decir? ¿Qué no ves la hora?
Molesto, el padre se levantó y se
fue a dormir. Lupe pensó “Parecía que por fin mi pa y yo íbamos a tener una
plática interesante”. Óscar se acercó lentamente a él.
—
¡Hasta crees que tu papá te va a seguir tus debrayes!
Para eso estoy yo. Pero acabo de pensar que con todo y que tu papá no
profundice tiene razón en que no se puede ser feliz sin amor.
—
¿Para ti además del amor que otras cosas son
necesarias para ser feliz?
—
¡Ah, pues muy fácil! La verdad, la belleza y
los bienes materiales para cubrir las necesidades básicas: comida, vestido,
hogar....
—
Eres platónico: verdad, bondad y belleza.
—
Y marxista, porque añado los bienes
materiales, sin los cuales la vida humana no podría perdurar ni reproducirse.
—
A mi me gustaría reproducirme con Mariana.
—
Ya vas a empezar. Cómo chingas con esa idea.
Ya tuviste tus buenos encuentros con ella, no te puedes quejar.
—
Si, eso me ha ayudado a comprender que el
verdadero deber radica en el buen encuentro conmigo mismo, con los demás, con
el mundo.
—
Eres un chingón. ¿Pero podrías ser feliz si no
te conoces a ti mismo?
—
No, definitivamente no, porque no sabría qué
es lo quiero ni cuál es mi deber. Quizá por eso pienso tanto. Me siento
extrañado porque pocas personas intentan conocerse a sí mismas, a la mayoría no
les gusta interiorizar, no acurrucan su alma en sí mismos, viven en la evasión
de la tele, de las ambiciones materiales, de la moda, del alcohol, de las
drogas, del desmadre, del qué dirán. Les cuesta trabajo estar consigo mismos,
ver su sombra, su lado oscuro y aceptarlo, no pueden pensar su existencia solos
por un momento. Y si no aprenden a estar bien con ellos no se pueden conocer ni
pueden ser felices. Viven en el vacío de las apariencias y del aferramiento a
todo aquello que es ajeno a ellos. Esta obsesión de querer poseer todo es la
cárcel de la amargura. El camino más rápido a la frustración.
—
Sastres ¡qué razonamiento! Todo lo que hemos
pensado nos muestra claramente que la felicidad es un estado emocional, no un
sentimiento, porque siendo feliz las emociones varían, es hacer lo que quieres
y lo que crees que debes hacer en la buena relación con los otros, consigo
mismo y con el mundo, en el profundo conocimiento de sí mismo. Es estar
dispuesto ante la vida, entregarse a ella. ¡Claro que es necesario el amor, la
verdad, la belleza y los bienes materiales, aunque me escuche como Platón y
Marx, no olvides que soy humanista!
Sin darse cuenta Lupe dialogaba con Óscar
mientras se desvestía para después sumergirse bajo la regadera, cuando de
pronto, una idea advenediza cruzó su vida. Su mente llegó a un orgasmo, tiró el
jabón, empezó a saltar con locura como chapulín, salió corriendo a mitad de la
noche por la calle, totalmente desnudo, gritando bajo los rayos de la luna “¡¡Aaah....aaah....
aaah....!!! Al sentir el frío se percató de lo que estaba ocurriendo, regresó
lo más rápido que pudo, se metió por la ventana de su casa temiendo que alguien
lo viera. Se durmió arrullado por las chispitas de luz que habitan en el
firmamento, con una sonrisa desbordada en su rostro....
[1]Imannuel
Kant. Critica de la Razón Práctica.
[2]Parafraseo
de una frase del filósofo Emmanuel Levinas en varias de sus obras: “Lo otro
absolutamente otro”.
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