¡¡Se sacó la lotería!! Si, mi tío
Margarito se ganó ocho millones de pesos. ¿Qué tipo de vida va a llevar ahora?
Porque él es un burócrata, o más bien un mediocre. Siempre metido en una
oficina, detrás de un escritorio, repite la misma tarea día con día, vive por
inercia. No le importa lo que sucede a su alrededor, le da igual si un dios
llega y nos da la felicidad eterna a que un demonio destruya el universo entero
y nos encadene por el resto de los tiempos al peor de los suplicios.
Cuando Luis murió ni siquiera fue al
entierro, mi madre le reclamó y él le dijo con una mirada indiferente “así es
la vida, estamos y luego no”, con su respuesta, como la presencia misma de la
muerte, devoró toda la frescura en el ambiente.
Su coraje era un pequeño quejido que
se expresaba con una leve mueca. Su llanto era seco. Su risa plana, oscura y
apagada “Ja... ja… ja”. Parece que llegó tarde a la repartición de emociones.
Es un nihilista. A veces me cuesta creer que exista alguien así ¿Mi tío será un
suicida? ¿Tú que crees Óscar?
—
¿Un suicida será un nihilista, o un ser con el
sentido de vida frustrado?
—
Qué buena pregunta. Para mí, un suicida es un
ser con el sentido de vida frustrado, sino porqué se suicidaría.
—
¿O un flojo será un nihilista?
—
No, no, no. Los flojos disfrutan su flojera.
Mi tío no es flojo, porque ni eso disfruta. No le importa nada, ni la música ni
el arte ni la pobreza, tal vez ni siquiera lo que acaba de ganar le importa, o
al menos eso parece. En la cena navideña, donde los platillos son verdaderos
manjares, ni los pela. ¿Cómo se comportará con las mujeres? Nunca lo he visto
con una. Si yo fuera mujer me daría güeva.
—
No cabe duda que cada persona tiene un sentido
de vida distinto. ¿Cuál será el de tu tío?
—
Yo creo que ni él lo sabe. El sentido de vida
es algo que se va dando momento a momento, fluye como un río en el transcurrir
de la vida. ¿Qué pasaría si redujéramos la vida a una meta? Porque cuánta gente
no busca como objetivo de su vida sacarse la lotería, y si ganara quizá no
sabría qué hacer.
—
Imaginemos que te crees el sueño americano.
Que eres un chavo cabeza hueca. Y que vives por los ideales que te proyectan
los medios masivos de comunicación: las taranovelas, los reality
shows, el Big Brother, las películas de acción donde el héroe nunca
pierde y mata sin sentir culpa alguna a mil enemigos para salvar a tres
rehenes. Y además ese héroe nunca envejece ni se cansa, es un ser inhumano, sin
fragilidad.
—
¿Qué quieres demostrarme? Yo no creo en el
sueño americano, a pesar de que mi familia es cautiva de este pasiflorine
que terriblemente la reúne todas las noches frente al televisor, silenciando
toda plática o acercamiento entre nosotros.
—
No te me alebrestes Lupe, es sólo un ejemplo;
por esta vez sígueme la corriente. A ver, si fueras así ¿quién te gustaría ser?
—
No lo sé. Quizá Brad Pitt, Sylvester Stallone
o Van Damme.
—
¿Qué chava te gustaría tener?
—
Pues, a Britney Spears o a Thalía, o a alguien
del estilo.
—
¿Dónde te gustaría vivir?
—
Evidentemente en Miami, o quizá en Hawai.
Mínimo en el Pedregal.
—
Y tendrías como hijos a Barbie y a Kent.
En el estacionamiento de tu mansión un Jaguar, un Ferrari, y un Rolls Roys,
ahí modestamente.
—
¿Y tú crees que todos o cualquiera puede
lograr ese ideal de vida?
—
Eso es lo que afirman los que así lo difunden.
Como buena parte de la industria holiwoodense. Pero ¿tú qué crees?
—
Que la mayoría de la gente no lo puede lograr.
En primera porque no todos somos galanes como Brad Pitt o bellas como Cameron
Díaz, pero además porque no alcanzarían los recursos del mundo para que todos
fuéramos millonarios. Y ni aún teniendo todo eso seríamos felices. Es más, casi
toda la gente con ese ideal vive frustrada porque es una meta vacía.
—
¿Y si lo lográramos?
—
No nos duraría mucho tiempo, la vejez nos
alcanzaría inevitablemente. Brad Pitt en 20 años será panzón, calvo, con pelos
en el ombligo, y para rematar ni se le va a parar, así tenga a Cameron Díaz en
su cama, quien también va a estar gorda y con la piel arrugada, por más
operaciones que se haga. Y es que nos venden un ideal de vida estático. Tal
parece que si uno tiene menos de 20 años es un escuincle, y si se tiene más de
40 ya se es obsoleto.
—
Sin embargo, exagerado número de personas
anhela esa forma de vida sin sentido. Viven como seudofresas, presumiendo de lo
que carecen, niegan sus raíces culturales, renegando de éstas porque las ven
como algo naco o pueblerino, y como no se quieren juntar con la plebe
rehuyen de un rico pollo con mole y arroz de la fiesta de su pueblo, lo cambian
por una salida al Mc Donalds. ¿Tú qué piensas?
—
Pienso que el sentido de vida
no se puede ajustar a algo inamovible, porque la vida es cambio, y que en vez
de reducir la belleza a una edad que oscila entre los 20 y los 40 deberíamos
aprender a apreciarla en todas las edades, pues una bebé, una adolescente, una
señora, una viejita pueden ser bellas, pero cada una de forma distinta, y lo
mismo podrían decir las mujeres de nosotros.
—
Con razón los viejos ricos se
consiguen amantes jóvenes, pues quieren comprar esa juventud en lugar de
aceptar con toda dignidad su edad. Sus esposas hacen lo mismo, se consiguen
también un amante joven. En ambos casos no los aman por ellos mismos sino por
lo que les puedan proporcionar.
—
¿Y aún así serán felices?
—
La verdadera amistad, el
verdadero amor no se pueden comprar con el dinero. Éste sólo puede pagar la
apariencia. El no tener amigos o amores verdaderos es llevar una vida vacía. Y
a pesar de que esta idea parece muy trillada, es real.
—
Yo quisiera envejecer con mi
pareja hasta hacernos unas pasitas. Y morir los dos juntos abrazaditos. ¿No es
la verdadera belleza algo que cambia con la edad, y que se añeja como los
buenos vinos?
—
No seas cursi.
Al igual que Lupe me metí en mis propios pensamientos. Imagine a una pareja en la cual una bellísima mujer se trae como trapeador a su galán, haciendo que éste le cumpla todos sus caprichos, pero llega el momento en el que ella se vuelve totalmente dependiente de él, porque no sabe hacer nada sola. Al paso de los años, él se da cuenta, se aburre y cobra venganza, pues primero él era el pendejo, y ahora ella lo es. Y de ahí no la va a bajar. No sólo frente al él sino ante todo su círculo social y hasta frente a sus mismos hijos. Una típica familia del Pedregal.
Durante toda la clase de química se
la pasaron fregando a Lupe, y él ni siquiera a mi me hacía caso. Yo, Óscar,
estaba verdaderamente encabronado, pero él sumido en las nubes de sus
meditaciones. De pronto, y cansado de escuchar tanto insulto se levantó
Dionisio, y de un solo golpe tiró al suelo a Jorge, quien sangraba de la nariz,
y se había quedado chimuelo. Por supuesto que la profesora gritó, puso orden y
mandó a los dos a la dirección. Michelle, muy disgustada le dijo a Lupe.
—
Mira lo que ocasionas cabrón.
¿Qué no te sabes defender? ¿Por qué dejas que castiguen a Dionisio, si lo que
hizo fue para que Jorge dejara de chingarte? Y tú, en la luna.
—
No fue con intención. A mi
ese pendejo de Jorge ni me va ni me viene. Tengo otras cosas más importantes en
qué pensar. Sin embargo, le voy a agradecer a Dionisio. Ya no te enojes, no es
para tanto. No hay que preocuparse por banalidades.
—
¡No son banalidades. Qué tal
si corren a Dionisio de la escuela!
—
Entonces ya veremos qué
hacer. Por lo pronto vámonos a nuestra siguiente clase, que es la que más
gusta: Filosofía.
Un viejito sabio, desliñado, con un sentido del humor maravilloso sabía cómo interesar a los alumnos en la madre de todas las ciencias. Generalmente llevaba un saco de pana, con parches, lleno de tiza, unos lentes con fondo de botella y una cara de loco sensacional. Siempre iba despeinado y desfajado, con la camisa mal abotonada, reía con frecuencia de sus propias locuras, que no siempre los estudiantes entendían, pero les encantaba su personalidad bonachona. Su carisma los elevaba, aún a los más renuentes, a los pensamientos más hondos. Estaba tan fuera de sus casillas que le apodaban “El loco Anastasio”.
Daba sus clases caminando por encima
de las mesas que funcionaban como pupitres, los que se compartían de dos en
dos; siempre con un cigarro en la mano, aunque no lo fumara, y una taza de café
bien cargado y sin azúcar. Cuando preguntaba se quitaba los lentes y con los
ojos desorbitados increpaba con demencia a todo aquél que veía distraído en
clase o cuando quería indagar en las reflexiones de sus estudiantes acerca del
tema de la clase.
Su sistema de enseñanza era muy
activo, consistía en un diálogo profundo de preguntas y respuestas, a las
cuales acompañaba de innumerables ejemplos, analogías, comparaciones, todo
relacionado con la vida cotidiana. Nunca se sentaba. Sus brazos no sabían
estarse quietos; todo su cuerpo, todos sus gestos expresaban en continuo
dinamismo los contenidos que impartía. Se movía por todo el salón como un buen
actor. No parecía tener 80 años. A veces sus pasos eran lentos, pero cuando le
venía una gran idea daba saltos de aquí para allá. Ese si era un curso
intensivo del sentido de vida ¿Cómo quería Michelle que Lupe se perdiera esa
clase por las estupideces de Jorge? Además, Anastasio era un catedrático
jubilado de una prestigiosa universidad, por lo que sus conocimientos eran
vastos. Por gusto se entretenía dando clases en esa prepa, pues fuera de eso no
realizaba ninguna otra actividad docente. Eso sí, escribía mucho, y publicaba.
La Universidad le insistía en que
regresara a dar clases a los estudiantes de postgrado, pero a él eso no le
interesaba. Le apasionaba la espontaneidad que tanto matan en las
universidades, y que los jóvenes preparatorianos aún conservan. En las
universidades enseñan a los humanistas a ser analistas de pensadores famosos, o
del lenguaje, pero no les ayudan a desarrollar las habilidades creativas. Las
materias centrales de las carreras humanísticas deberían ser talleres de creación
ensayística que ejercitaran el juego del pensamiento, el cual es el festín, la
fiesta de la filosofía. Y como eso no sucede, las escuelas superiores están
dominadas más por eruditos que por pensadores creadores. Así pensaba Anastasio.
A él no le interesaba dar un show,
o ser divertido, sino que los estudiantes se sumergieran en la demora y la poiesis.[1] Eso hacía que su clase no siempre fuera el teatro en el aula, y
que algunos alumnos, a los que no les gustaba reflexionar, se aburrieran.
Aunque algunas veces hasta ellos quedaban seducidos por la personalidad del
profesor. Para Anastasio, el conocimiento era lúdica poesía, y no un
procedimiento meramente nemotécnico.
La clase de ese día fue de las
mejores. El profesor eligió un ejemplo de la vida de un gambusino que se dedicó
durante 40 años a buscar oro. Un día encontró una gran pepita por la que obtuvo
mucho dinero. Se compró muchas cosas caras y bonitas: casas, coches, ropa en
abundancia, cosas y más cosas. Después de un tiempo, fastidiado de su vida de
nuevo rico, empezó a extrañar el río donde buscaba el oro; el bosque donde
habitaba ese río, entonces sintió una gran melancolía. Tomó un pico, una pala y
un colador, dejó todo lo que había comprado, se vistió otra vez de ermitaño y
regresó al bosque a seguir buscando oro. Al terminar la historia Anastasio se
quitó los anteojos, suspiró, frunció el seño y les preguntó a sus alumnos ¿por
qué el minero regresó al bosque? ¿Dónde había hallado el sentido de su vida, en
el encontrar el oro o en buscarlo? La respuesta de la mayoría de los
estudiantes fue: “en buscarlo”. Y es que era difícil imaginar que una persona
que durante 40 años vive en el bosque como eremita se pueda adaptar de un día
para otro a la ciudad y a las relaciones sociales de un hombre rico. Los hizo
reflexionar acerca del sentido de vida, y les hizo ver que éste no es una meta
sino un transcurrir que lleva un proceso.
Esa tarde Lupe tenía repaso de
algunos ejercicios de matemáticas con Michelle. Como frecuentemente sucedía se
citaron en un café. Él aprovechó esa oportunidad para invitar a Dionisio y
agradecer su ayuda. Dionisio tampoco era muy bueno en la materia, así que
decidió aceptar la invitación. La explicación de Michelle les llevó poco
tiempo, pero la reunión duró varias horas. A partir de ahí empezó una gran
amistad. Coincidían en muchas cosas, en muchos pensamientos. Los tres eran jóvenes
sensibles, cuya forma de ser era algo fuera de lo común.
Debido a que Dionisio no había
podido estar en la clase de filosofía, Lupe le explicó en qué había consistido.
—
Como siempre fue una
chingonería la clase de Anastasio. Nos habló del sentido de vida como un
transcurrir y no como una meta.
—
Pero yo no imagino un sentido
de vida sin metas, pues...
—
Michelle interrumpió ¿Cómo
sería la vida sin metas Lupe?
—
Los dos tienen razón. Sin
metas nos perderíamos en la vida y estaríamos totalmente desubicados. Sin embargo,
eso no significa que el sentido de vida sea una meta.
—
¿Entonces qué es una meta?
—
Una meta es un momento en el
camino, una guía del sendero de la vida. Las metas son como las utopías, pues
¿qué es una utopía?.... Si doy un paso, la utopía da un paso, si doy diez, la
utopía da diez, ¡entonces ya sé para qué sirve la utopía![2]
—
¿Para qué?
—
Para caminar.
—
¿Y si alcanzamos la meta?
—
Entonces podemos ponernos
otra... para poder seguir caminando.
—
¿Y si nunca alcanzamos la
meta?
—
Las mejores metas son inalcanzables.
Nunca se llega a ser el perfecto hijo, el perfecto arquitecto, el perfecto
médico, el perfecto amante....
—
Entonces la perfección es
algo ajeno al hombre, al ser humano. Si existe pertenece sólo a los dioses. Y
si alguien te la promete normalmente es un tirano o un timador.
—
¿Por qué?
—
Si eres tan ingenuo como para
creerte que el paraíso llegará a la tierra resolviendo todos los problemas,
fácilmente te podrán engañar y someter como oveja, como hicieron las dictaduras
con las masas en el siglo XX.
—
Aja… Y como hacen los
anuncios comerciales con todos los que se dejan: amas de casa frustradas, soñadores
de mundos color de rosa, adictos a la lectura de textos de superación personal
que se venden en las tiendas de autoservicio, etc., etc. Todos presos de la
cobardía, por no querer asumir su propia existencia, con sus errores, con sus
aciertos, con los pies en la tierra.
Aquella noche Lupe se preguntaba
cuál era su sentido de vida, pero el devenir de sus pensamientos era
interrumpido continuamente por la imagen de Mariana. Lo atormentaba la idea de
que ella nunca se fijara en él. Tenía que dar el paso decisivo que lo acercara
a es chica con cabellos de luz solar que como una elfa[3] lo hacía flotar; ese
rostro delgado de ángel, sin ninguna imperfección, lo tenía cautivo. Se le
antojaba morder los carnosos labios de Mariana, que imaginaba sabrían como una
dulce y jugosa cereza. A la mañana siguiente, Óscar lo despertó.
—
Párate galán, ¿ahora si te
vas a aventar o te vas a apanicar como siempre?
—
Hoy sí. A ver de qué manera
consigo su teléfono. Además le voy a llevar un regalo envuelto en una carta en
donde le diga todo lo que siento por ella.
—
¡Órale galán. Hoy sí que
estás decidido!
Un gran ramo de rosas rojas fue
comprado en la florería cercana a la casa de Mariana. La cinta que amarraba el
ramo de flores al mismo tiempo enlazaba una gran caja de cerillos, sin
fósforos. En su interior guardaba un escrito perfumado de violetas que
indicaban lo que contenía el corazón de Lupe. Con cierta cursilería había un as
de corazones cortado en trocitos para que Mariana lo armara.
Como un pequeño espía travieso Lupe
consiguió dirección, teléfono y múltiples datos de Mariana. La privada en la
que ella vivía se vio esa noche violentada por la furtiva presencia de un joven
nervioso y escurridizo que se infiltraba como un ladronzuelo hasta llegar a la
barda anterior a la ventana de la recámara de la chica. El gran bulto con aroma
debía ser puesto sin que nadie lo notara, la única forma era entrar
directamente a la morada de la diosa blanca que lo tenía completamente
hechizado. Después de trepar la barda se escondió detrás de la frondosidad de
un viejo manzano, viendo en el interior de la habitación a una bella durmiente,
cuya tranquilidad le arrancaba los suspiros.
Mariana, sin notar la figura de
Lupe, se levantó al baño, ese momento fue aprovechado por el chico para
deslizarse por la ventana que estaba entreabierta por el calor de las tardes de
verano; dejar su preciado paquete era su cometido principal.
Después de descubrir el grandioso
regalo, Mariana llamó a Lupe por teléfono.
—
¿Qué te pasa niño? ¿Cómo te
atreviste a venir a hurtadillas a mi casa, como un vulgar ladrón?
—
¿Te gustaron las rosas?
—
Si, si me gustaron, pero eso
nada tiene que ver. Lo que te estoy reclamando es que violaste mi privacidad.
Si lo vuelves a hacer voy a llamar a la policía para que te de tu merecido. Es
más, desde ahorita se los voy a ir a decir a tus papás.
—
No te enojes. Tan sólo quería
que supieras que pase lo que pase estaré yo ahí. No te pido nada, sólo que no te
enojes; quería expresarte mis sentimientos.
—
¡Y a mí que me importan tus
sentimientos! Además, con qué derecho te acercas a mi casa sin que yo te lo
haya permitido. Y ni se te ocurra decir algo en la escuela porque júralo que le
pediría a Jorge que te partiera la cara por andarme acosando.
—
Yo no te he acosado,
simplemente te amo, y quería que lo supieras. Sin embargo, si te molesta tanto,
no diré nada, y no volveré a cometer el mismo error.
—
Huelen muy bien las rosas, y
escribes muy lindo, pero yo no te quiero, acéptalo. Si quieres que seamos
amigos que no sea en la escuela, sólo fuera de ella nos saludaremos.
—
¿Cuándo te puedo llamar?
—
No diario por supuesto, de
vez en cuando, tal vez una vez por semana, o cada quince días.
—
¿No te gustaría ir al cine
esta tarde?
—
Eso si que no Lupe.
—
¿Y en alguna otra ocasión?
—
Mmmm... tal vez. Y recuerda,
no digas nada de tus locuras ni de que te hablé, si no ya sabes lo que puede
pasar.
Los meses pasaban, las matemáticas
seguían siendo el motivo de frecuentes reuniones entre los tres nuevos amigos.
Cada día después de los repasos las pláticas filosóficas se ponían más
interesantes. Mantenían un mismo tema en distintas conversaciones. En ésta
ahondaron aún más en el sentido de vida. Dionisio preguntó ¿qué se necesita
para tener un sentido vida? A lo que Michelle respondió.
—
Sin sentido de vida no habría
ni bien ni mal.
Lupe inquirió entonces.
—
Tampoco habría felicidad.
El joven filósofo les puso como
ejemplo la vida de su tío Margarito, la cual les pareció a los dos amigos
patética. Increíble que un engendro así existiera sobre la faz de esta tierra.
Michelle argumentó que la vida de un barrendero tenía más sentido que la de ese
pariente, para después narrar un ejemplo.
—
Imagínense un barrendero que
cree que su sentido de vida es estar en una isla desierta, pero no puede llegar
a ella dada su pobreza ¿será realmente su sentido de vida?
—
No. Su sentido de vida es el
soñar estar en esa isla desierta. Porque un sentido de vida sólo adquiere
sentido si se puede realizar día con día. El poder de realización es algo
indispensable en cualquier sentido de vida.
—
Todo sentido de vida se
desea. El poder que da sentido a la vida se desea. Y el deseo ya implica un
poder, el poder de desear. Piensen en Luis XVI, quien no deseaba ser rey, sino
relojero, y tenía que cumplir, muy a su pesar, con las funciones de un
soberano.
—
¡Qué buena explicación! Me
queda claro que tanto el deseo como el poder son necesarios para darle sentido
a la vida.
—
Pero ahora supongan que un rey
tenga 150 concubinas, una esposa, mil sirvientes, muchas propiedades,
territorios, castillos, ejércitos, pero no tiene libertad.
—
Si no tiene libertad es como
si no tuviera nada. No tiene un poder ni un deseo real, porque todo poder y
todo deseo son libres.
—
Yo no creo que todo deseo,
pues de repente uno desea cosas que no eligió desear.
—
¿Por ejemplo?
—
Las necesidades. Un claro
ejemplo es que ahora mismo necesito ir al baño.
—
Pero no me pueden negar que
al menos el deseo que da sentido a la vida se elige.
—
Por ahora te diré que sí,
pero cuando regrese, después de cubrir mi necesidad, quizá te conteste de
manera distinta.
Michelle aprovechó la ausencia de su
amigo para contarle a Dionisio lo distraído que era Lupe, que perdía mochilas,
celulares, cuadernos, se le olvidaban las llaves de su casa en cualquier
rincón; constantemente se tropezaba, chocaba contra un árbol o contra las
personas. Los dos muertos de la risa vieron acercarse a aquél, pero como buenos
amigos no se quedaron callados y continuaron con su burlona charla. Lupe un
tanto apenado les dijo.
—
Pues qué pensaban, mi cerebro
no puede estar en dos cosas a la vez. O pienso en la filosofía y en las humanidades
o me sumerjo en las banalidades.
—
No te claves. Si sigues así
te puede atropellar un coche o te puedes perder y no llegar a tu casa.
—
Ya me ha pasado, pero no me
importa.
—
Cuidado, es cosa sería. Fuera
de broma me preocupas. Con lo que me ha contado Michelle me doy cuenta que
puedes, entre pensamiento y pensamiento, olvidarte de vivir la vida.
—
¡Qué cabrón eres! Pero puede
que tengas razón, voy a poner más cuidado en mi persona.
—
La vida no está hecha
solamente de profundidades, a veces son necesarias las banalidades. Una vida de
pura densidad sería insoportable y tal vez aburrida para los que te rodean.
—
Hablando de la vida, ¿ya
pensaron que para que haya libertad debe haber comprensión? Pues ¿de que otra
manera podríamos elegir si no es a partir de una cierta comprensión sobre
aquello que elegimos?
—
No nos cambies el tema. No
huyas cobarde.
—
No huyo, al contrario, es que
me quede pensando en lo que hablábamos antes de que fuera al baño. Y además
creo que no podemos comprender si no interpretamos, pues cómo comprender la
realidad si no la interpretamos.
—
¡Ya párale. Ya te clavaste de
más! Otro día continuamos la discusión... Nada de lo que has dicho se podría
dar sin la vida e insisto, es algo de lo que te estás olvidando.
—
Tal vez, tal vez. Otro día le
seguimos...
Habían pasado varios meses,
puntualmente Lupe le llamaba a Mariana una vez a la semana, siempre a la misma
hora y el mismo día, y siempre también recibía el mismo rechazo.
—
¿Ahora si te animas a ir al
cine?
—
Claro que no. ¿Qué no
entiendes?
—
Tú eres el sentido de mi
vida. Día a día te construyo en mi mente como mi novia, como mi compañera.
—
No seas estúpido. No me
confundas con tu fantasmita. Yo no soy nada de ti, sólo eres un chavo que me
divierte una vez a la semana por teléfono, porque eso si, no puedo negar que
eres divertido e inteligente, pero a veces con tus debrayes filosóficos
me aburres. ¿Qué es eso del sentido de la vida?
—
¿Tú no tienes uno?
—
No sé. Quizá ir de compras,
eso me hace sentir bien. Estar a la moda y con las noticias de mis cantantes
favoritos... ¡Al día....!
—
Eso no es un sentido de vida.
—
¿Y quién dice que no?
—
Yo. Un sentido de vida
transcurre, a veces se comparte, que es lo que yo quiero hacer contigo.
—
¿Tú conmigo... ja.... ja...
ja... ? No me darías el ancho, eres demasiado débil. A veces pienso que no
tienes personalidad.
—
Tal vez tengas razón y quizá
deba diversificar mi sentido de vida, porque hay muchas cosas que le dan
sentido a la vida, los amigos, los maestros, los padres, y en ocasiones hasta
la gente superficial que se la pasa pensando en compras y artistas fatuos. Y
como ya me cansé de esta plática te voy a colgar, luego nos vemos.
Al colgar el auricular Óscar se
entrometió, le reclamó lo dicho por Lupe sobre el sentido de su vida.
—
Mariana no puede ser tu
sentido de vida. Es una chava muy superficial.
—
Lo sé, pero no sé porque se
lo dije. Tiene algo que me atrapa, me desgarra, me atormenta como una espinita
que corre como una enorme sierra abriendo todo mi interior.
—
¿Entonces por qué le dijiste
que era tu sentido de vida. Qué no te das cuenta que eso le infla el ego? Por
eso te trata como hilacho.
—
Es que cuando la veo no puedo
pensar nada bien. Todo se vuelve confuso y se centra en ella.
—
Pero ya en serio ¿cuál es tu
sentido de vida?
—
Dejarme ir por el devenir del
océano de las ideas.... Mis seres queridos, incluida ella.
—
Eso es lo que no te entiendo
¿por qué ella? Tan hueca la pobre, porque ya te diste cuenta que es hueca ¿no?
—
Ella es algo que me nubla la
razón y me estalla el corazón. ¿Por qué el amor debe tener una razón?
—
Razón y pasión nunca van de
la mano. Si así fuera todo el mundo tendría relaciones perfectas o por lo menos
cercanas a la perfección, pero las relaciones humanas son tan absurdas que a
veces dos personas, después de años, no saben porqué están juntas, y a pesar de
la continua convivencia se ven como dos extraños.
—
Según lo explicas me hace
pensar que ya no comparten su sentido de vida.
Algunas semanas después Mariana,
preocupada por sus bajas calificaciones en filosofía, llamó desesperada a Lupe.
—
Hola, ¿cómo has estado? ¿por
qué ya no me llamas?
—
He estado muy ocupado en
cosas que a otros aburren. ¿Cómo estás tú?
—
Estoy muy triste, por enésima
ocasión Anastasio me rechazó mi ensayo. Dice que no tengo la menor idea de lo
que es un ensayo. Que no le puedo entregar un escrito bajado de Internet y con
pegostes de Encarta. ¡Qué tontería, ¿no te parece?!
—
Creo que Anastasio tiene
razón. Y si sigues maquillándote en su clase, un día de estos ya no te va a
dejar entrar. Pero..... ¿Quieres que te ayude?
—
¿Harías eso por mí?
—
¡Claro! ¿Cuántos trabajos
debes?
—
Muchos, demasiados, no te
quiero ni decir la cantidad.
—
Bueno, ¿Cuándo quieres que
vaya a tu casa para ayudarte?
—
¿Puedes hoy mismo?
—
Ahí estaré a las ocho.
Al terminar dos ensayos, y después
de una plática que Mariana disfrutó de carcajada en carcajada diciendo a cada momento
al chico “qué divertido eres, realmente no te conocía”. Mariana se preguntaba
“¿Cómo este tipo tan simple, flaco y nerd me puede atraer?”. Sin previo
aviso Lupe le plantó un beso en la boca que la dejó sin aire. La caricia fue
tan inesperada y tan satisfactoria que ella lo correspondió al inicio, pero
poco después, casi aventándolo, le dijo:
—
¿Quién te crees que eres para
besarme? El que me hayas ayudado no te da ningún derecho sobre mí. Y si le
dices a alguien que me besaste no te volveré a hablar en toda mi vida ¡Ya
lárgate!
Lupe estaba seguro de que eso no iba
a suceder, que ella misma lo iba a buscar. Se fue corriendo por las calles
brincando de alegría. Sabía que iba a volver a ver a solas a Mariana con el
pretexto de los ensayos, y que la podía volver a besar, pues se había dado
cuenta de que a ella le había gustado ese beso... aunque lo negara.
[1]Existen
dos verbos en griego para referir a lo que en español corresponde al verbo
actuar. La poiesis es la acción creativa y la praxis es la acción
práctica.
[2]El
concepto de utopía aparece en el texto titulado Las palabras andantes,
del escritor Eduardo Galeano.
[3]Los
elfos son seres de la mitologías celtas. Tolkien, autor de los libros El
hobit y El señor de los anillos, los representa como personajes
extremadamente bellos, casi dioses.
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