Michelle despertó con el cuerpo
sudoroso; temblando de la emoción se bañó entre suspiros sin salir todavía de
lo que ese sueño le había revelado; se dijo para sus adentros “los tesoros más
valiosos muchas veces los tenemos enfrente y no nos damos cuenta”. Aquel ser
tan conocido por ella, hoy le resultaba completamente desconocido y misterioso.
El roce de esos labios cálidos y carnosos le provocaron un maremoto de
sensualidad que la llevó por el sendero del deseo, un deseo que recorría toda
su espalda como una caricia electrizante que la hacía vibrar, cada vez más
próximo a convertirla en mujer. ¿Por qué alguien tan cercano, como un hermano,
jamás le había robado el aliento llenándola de anhelos? La locura nocturna, en
donde la mirada se entretiene en la nada, sumergió a la chica en un delicioso
martirio.
—
¿Cómo pude fijarme en él? Flaco, chaparro, tan
común, en pocas palabras, sin chiste alguno. Sin embargo, es inteligente,
noble, sensible, y tiene un rostro angelical.
—
Pero Michelle, te gustó mucho ese beso. Mira
cómo tiemblas. Aún sigues con su presencia.
Una lágrima recorrió a su antojo la
suavidad del moreno rostro de la chica. Su memoria repasaba juguetonamente una
a una las escenas que en sueños le indicaban su posible destino inmediato:
hacer suyo a aquel muchacho que en multiplicidad de ocasiones rechazara.
—
Pinche güey ¿Por qué lo soñé? ¿Cómo
se atreve a entrar en mis sueños? ¡Que osadía violar nuestro pacto de cariño
fraternal! Éramos tan amigos... y ahora ya no lo puedo ver igual. ¿Qué me
ocurre? Pienso en él y no puedo dejar de suspirar, me gustó tanto esa caricia;
ese roce lo envuelve todo, mi alma, mi mente, mi cuerpo; este olor de su suéter
se expande como un dulce tormento que quiebra mi universo. Y pensar que ya no
quiere saber nada más de mí. Y pensar que tal vez ya no sea el sentido de sus
sueños y de su vivir. Pinche güey ¿por qué tú? Tenías que ser tú,
con tu dulce sonrisa que ahora me embriaga. Nunca lo hubiera pensado. Cualquier
otro, menos tú. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo me lo ligo? ¿Cómo le digo que por una
simple caricia que me dio en un sueño deseo todo su cuerpo? Piensa, Michelle,
piensa.
Triste, rendido, apagado hasta en
las ideas, Lupe oprimía con el tenedor el aguacate en el arroz que su madre
había servido con cariño y preocupación por ver que su joven hijo, antes
sumergido en los libros y en el devenir de sus pensamientos, hoy se consumía
con la mirada muerta en un simple plato de arroz.
—
¿Qué te pasa m’jito, por qué no quieres comer?
—
No tengo hambre ma.
—
De unos días para acá te noto triste,
deprimido. ¿Te pasó algo en la escuela? ¿Reprobaste alguna materia? ¿Te dijo
algo tu papá? ¿Te lastimaron?
—
¡Ya mamá. No tengo nada!
—
Si te sucede algo dímelo, si no se te va a
atorar.
Lupe, a punto de explotar, pensaba
“Pinche vieja metiche, siempre entrometiéndose en lo que no le importa”. ¡Cómo
la odio! No, no es cierto, no la odio, pero.... que insoportable es a veces.
—
¡No... tengo.... nada! Ya déjame en paz.
Lupe se levantó de la silla casi aventándola
y se metió a su cuarto. Reflexionó cautelosamente sus vivencias.
¿Por qué nunca he tenido suerte en
el amor? ¿Por qué las chavas me miran sólo como un amigo, como un cerebrito que
les resuelve sus tareas? ¿Una cartera que las lleva de paseo? Sólo soy un plato
de segunda mesa que les aligera los desencuentros generados por otros amores.
Soy su sirviente, el que les cumple todos sus caprichos... Un pendejo romántico
que todavía cree en el amor.... No entiendo cómo pude enamorarme de Michelle,
después de que Mariana me rompió el corazón. Y pensar que tanto les insistí a
ambas. La ilusión de Mariana lo llenaba todo cuando aún no descubría la
profundidad de sus oscuras entrañas, pero ese momento... ya pasó. ¡Y qué bueno
que pasó! No estaba dispuesto a ser permanentemente su esclavo. Mucho tiempo se
la ha pasado fastidiándome el acercamiento a Michelle, cuando a mí esa pendeja
de Mariana ya ni me interesa. ¡Pinche Mariana tuvo su oportunidad y no
la aprovechó! Pero esa es otra historia, ahora deseo encontrarme conmigo mismo
y no pensar en nada..... carajo... nada me sale bien.
—
¿Qué onda? ¿Por qué tan ahuitado? Ni
que fuera para tanto. (Una leve carcajada sale de la boca de Óscar).
—
No me des lata Óscar, no me siento bien como
para discutir, no tengo ánimos. Nada en este mundo vale la pena, ¡pinche
humanidad jodida!
—
Hace unos días no pensabas así. ¿A poco
Michelle tampoco vale la pena?
—
¡A ella no la metas en esto!.... Recuerdo sus
pequeñas manos entre las mías, suaves y escurridizas. Con ese contacto que me
elevaba junto con los dioses al Olimpo.
—
¡Chale! Ya vas a empezar.
—
Qué complejos somos los seres humanos. ¿Qué es
el ser humano? ¿Tú lo sabes Óscar?
—
No cabe duda que estás loco, pasas de un tema
a otro sin relación alguna.
—
¿Por qué no? Todo lo que siento es inherente
al ser humano. Aunque sufra desvaríos no puedo dejar de serlo. ¿Qué nos hace
distintos a los demás seres? ¿No es sorprendente la variedad de pensamientos
que en un solo momento puede tener una persona? Todo tiene que ver, nuestra historia,
nuestra cultura, nuestro lenguaje, las cosas que nos rodean, en lo que nos hace
propiamente humanos. Nosotros somos los seres del sentido. Le damos sentido a
las cosas y al mundo que nos rodea. Pues ¿qué haríamos sin historia, sin
cultura, sin lenguaje? Habitamos en ellos como un pez en el agua. Estamos tan
acostumbrados que ni siquiera nos damos cuenta que somos llevados por la marea
de los significados, de los símbolos, y de nuestras representaciones.
—
Está bien, pero como que andas en las nubes ¿no?
¿A poco crees que la mente lo es todo? ¿Y lo demás no tiene importancia? ¿Qué
nos hace humanos? Porque igual que los animales tenemos necesidades que debemos
cubrir: comemos, nos reproducimos, nos defendemos, sufrimos carencias, nos
caemos, nos levantamos, como en una montaña rusa.
—
Bueno sí, pero sublimamos esas necesidades a
través de nuestras representaciones al nivel de un juego estético. Eso es lo
que nos diferencia. De la comida hacemos la gastronomía, de la sexualidad el
arte del erotismo, de la defensa el arte de la guerra, hasta ir a cagar lo
hemos convertido en algo refinado. El ser humano reflexiona sobre su
experiencia de vida, en cambio el animal parece que no. Vive sumergido en el
instinto, con el mundo pegado a los ojos. Además, el ser humano se constituye a
partir del trabajo.
—
¿Cuál trabajo? Si tú ni trabajas, todo te lo
dan tus papis.
—
Claro que trabajo, me desvelo haciendo mis
tareas y en el remolino de mis ideas. ¿Tú crees que no me canso?
—
Tienes razón, pero tristemente la sociedad siempre
ha olvidado valorar la cultura, el arte, el pensamiento. No producen lana, y si
no la producen de qué sirven.
—
Sirven para dignificarnos como seres humanos.
—
Sin embargo, te critican cuando otros te
mantienen económicamente, para ellos está mal, para ti está bien.
—
Sí, desgraciadamente somos seres económicos,
no nos podemos evadir.
—
Pero te falta algo sobre el ser humano. Somos
seres éticos, sociales, políticos. Vivimos, somos y nos constituimos a partir
de los otros.
Un sonido estruendoso interrumpe las
reflexiones que Lupe decía a su gran amigo. Los dos se asoman a la ventana que
alumbrada por un débil farol dejaba ver a una chica totalmente ebria,
acompañada de un mariachi, un joven tocando el guitarrón, que a simple vista se
notaba era su familiar. Dionisio, un poco menos borracho que ella la abrazaba
fuertemente para evitar que se cayera. Detrás del joven del guitarrón, Cristina,
aparentemente escondida se ruborizaba por la situación. Casi esquizofrénica
Michelle daba saltos de poseída y gritaba: “Lu..Lu...Lupe, Lupita mi amor,
yea.... yea... yea...”, Lupe no sabe qué hacer. Se siente avergonzado, y entre
angustia y risas piensa: ¡Pinche vieja, loca! Va a despertar a toda la
colonia.
—
Lupe.... Lupe.... te quiero, te amo... quiero
todo contigo... (con la botella en la mano).
Lupe no se atreve ni siquiera a
asomarse. Confundido apaga las luces de su recámara, pero sigue mirando detrás
de las cortinas. De pronto, Michelle intenta subir la banqueta para tocar en la
ventana, los pies se le atoran y cae al suelo cuan larga es. Los músicos no
pueden reprimir la carcajada, algunos se acercan a tratar de levantarla, pero
Michel les reclama: ¡Yo puedo sola, déjenme! Lupe espantado sale a ayudarle. La
levanta y le pregunta ¿estás bien? Michelle, ya de pie, se cuelga del cuello de
Lupe y le dice “Mi amor, mi vida, no me desprecies, ya me di cuenta cuánto te
quiero, estoy loca por ti”.
Los padres de Lupe salen y ven la
grotesca escena.
—
¡Ya vieron la hora, bola de vagos! ¡A ver si
vas cuidando tus amistades Guadalupe!
—
¡Michelle, mira nada más cómo vienes!
—
¿Puedo llevarla a su casa? Se siente un poco
mal.
—
¿De seguro quieres seguir la parranda con
ellos, verdad? No, no vas a ningún lado.
—
Pero pa.... por favor.
—
Está bien, pero en una hora te quiero de
regreso.
—
Si pa.
La madre preocupada le reclama al
marido.
—
¿Por qué lo dejas ir? ¿Qué tal si le pasa
algo?
—
No le va a pasar nada mujer, no te apures. Ya
es un hombrecito.
Todos amontonados caóticamente,
instrumentos y personas, encima unos de otros en un pequeño microbús, cantan a
coro con burla la canción que alude a su nombre: Lu... Lu... Lupe....
Lupita.... cabrón... yea.... yea.... yea... Lupe en silencio sólo observa
incrédulo lo que sucede a su alrededor.
El camino de regreso mantuvo a Lupe
ocupado pensando en lo que sucedería al día siguiente, cuando visitara a
Michelle y ya sobria le aclarara su actitud. No entendía bien a bien si todo
era un juego macabro o si esta vez iba en serio. Conocía los arrebatos de la
niña de ojos de esmeralda y piel de ébano que desde tiempo atrás le arrebatara
el sueño.
—
¿Qué tan extraño es el ser humano que puede
cambiar de un instante a otro sin aviso alguno y por cualquier insignificante
motivo? ¿Cómo ves Lupe? Ahora sí se te hizo. ¡Y de qué manera! En el momento
menos esperado todo lo bueno y todo lo malo pueden suceder ¿O no?
—
No te burles Óscar, aún no estoy tan seguro, mañana
ya veremos. Lo que sí me asombró es verla tan peda. Ella no es así, cuida sus
neuronas. No le laten las drogas ni el alcohol. ¿Qué le habrá pasado? ¿Será
cierto que siente algo por mí?
—
¡Claro que sí! No por cualquier motivo se
pondría ella así.
—
¿Tú crees?
—
Si lo creo galán ¿Tú no?
—
Mmmmm......
Se esparcieron las horas en un
espacio indefinido sin tiempo ni lugar, las dos miradas se entrecruzaron más
allá de sí mismas, penetrando las historias de antaño, de dos seres que
nacieron para el amor. No se atrevían a pronunciar palabra, aunque con los ojos
lo decían todo. El rubor de sus rostros desbordaba su espíritu como un llamado
desde el más profundo de los misterios, que los encaminaba poco a poco al acto
del perdón.
—
Tengo que darte una explicación, Lupe.
—
No hace falta. Pero si quiero que me aclares
algo. ¿Es cierto lo que dijiste? ¿Me amas?
—
¿Tú que crees?
Lupe enrojece al grado de sentir que
su cara se entume. En un silencio profundo sólo dibuja una sonrisa que penetra
el ser de Michelle y la desnuda por completo. Ella cierra los ojos y embriagada
recuerda el sueño donde aquel roce de labios recorriera como un dulce
cosquilleo toda la fragilidad de su cuerpo. Sin darse cuenta ya está saboreando
lentamente ese néctar, que es mejor de lo que ella hubiera imaginado. La mano
de Lupe recorre la silueta de Michelle encontrando su morada en la delicadeza
de su pierna. Ella corresponde con un leve estremecimiento que se expresa en
una pícara sonrisa de complicidad. Las caricias de Michelle se engolosinan con
el tierno torso de Lupe, quien a punto del deliro le dice “creo que me estoy
enamorando de ti”. Ella acurruca su figura en los delgados y cálidos brazos de
Lupe. Los traviesos minutos se detienen curiosos a contemplarlos.
—
A este banquete sólo le falta el chello de
Bach.
—
¿Qué crees? Me acabo de acordar que mañana
tengo que limpiar mi casa porque mis papás salieron de viaje.
—
Si tienes fe en mí, me quedo contigo y te
ayudo a limpiar todo.
—
¿Ya te diste cuenta de lo que me estás
proponiendo, Lupe?
—
Yo únicamente quiero ayudarte mañana, hoy sólo
dormiremos. ¿Estás de acuerdo?
—
Sí... (Los dos sabían que eso no iba a
suceder).
Empezó la danza del lenguaje de los
cuerpos. Los besos envueltos de caricias y pequeños mordiscos de Lupe
recorrieron paso a paso la piel de Michelle, llevándola a las puertas de lo
inefable. Dos estrellas florecieron entre las llamas de Lupe, mostrándole la
inmensidad de la vía láctea. Michelle lo miraba hacia abajo para después
voltear sus ojos, sintiendo sus manos hacia el abismo de los cielos. Los dos
volaban deleitándose del exquisito jugo que sólo en la entrepierna se puede
dar. Los cuerpos se compenetraban como si estuvieran navegando al compás de las
olas del mar de los misterios, en donde sus almas se fundían en el crisol del
corazón. Desde el orgasmo de las emociones los cuerpos superaron la separación,
la fragmentación de sus vidas, la discontinuidad del tiempo, y se confundieron
con la naturaleza primitiva.[1]
—
”Miel y leche hay bajo tu lengua”. Dijo Lupe.
—
Sí…
—
Tu mirada es un no sé qué, que se queda
balbuceando, que se halla en el misterio, que se encuentra en el silencio, toda
ciencia trascendiendo. Es luz aunque es de noche.
—
Mhhuuum.......
¿Quién eres tú?
—
¿Quién soy? Soy un pequeño duende que
tímidamente baila por tus entrañas. Soy un navegante del pensamiento que
pretende surcar el océano de tus sueños.
—
Eres la fineza de una caricia que atrevida
corre por mi piel. Eres como el niño de las montañas: ingenuo, tierno,
delicado, bello.
—
¿Qué es la belleza, Michelle?
—
La belleza es el lugar donde los sentidos y
las emociones bailan juguetonamente alrededor del abismo de los misterios, a
través del sublime camino de los símbolos y las representaciones.
—
¡Zas! ¡Qué definición! No cabe duda que los
seres humanos somos eróticos y estéticos. A ver, repítela.
Michelle repitió la frase acompañada
con una suave caricia de labios, volando sobre la boca de Lupe.
—
¿Qué tan parecidos son la
belleza y el amor? Pregunta Lupe.
—
Tú dímelo.
—
¿No vienen los dos de la
misma morada?
—
¿Cuál?
—
La del misterio, del misterio
de tus ojos bellos. ¿Y tú, quién eres?
—
Soy la diosa explosiva del
hechizo. Soy una arañita saltarina que tiende su tejido para que te enredes en
él. Soy quien interrumpe tu cordura para embriagarte de deseo. Soy tu espejo,
tu hermana, tu amiga, tu amada.
—
Eres tú la imagen de la
esperada. Tú eres aquella que desborda mis sentidos, mi alma, mi ser.
—
Pero ¿no te das cuenta Lupe
de que el amor es codependencia?
—
Tal vez, ¿y la seducción es
dominio?
—
Claro, así tiene que ser. La
codependencia conlleva sufrimiento, broncas. De modo que este viaje de la montaña
rusa para nosotros apenas ha comenzado, y no quiero que te vayas como cobarde
al primer problema que tengamos, porque toda relación tiene su lado oscuro.
Sabemos que ya no somos amigos íntimos, y que ocultaremos a veces nuestros
deseos, necesidades o percepciones para no herir susceptibilidades, o para
agradar al otro. En ocasiones con un silencio, y en otras con una sabia
mentira.[4]
—
Una relación es ceder parte
de tu ser, para que lo común pueda darse. ¿Hasta dónde uno debe afirmarse o
darse cediendo? No lo sé, pero en este momento me es difícil pensar vivir sin
ti.
Óscar observa por la mirilla de la
puerta a una ninfa y a un duende abrazados por el más dulce de los sueños. El
descanso de Lupe es violentado por aquél. De pronto, Óscar aparece desnudo en
medio de los amantes. Enojado, casi al borde de la furia Lupe le grita:
—
¿Qué haces aquí? ¿Ni siquiera en estos
momentos me puedes dejar en paz? ¿Qué quieres?
—
¿Cómo quieres que me vaya si soy parte de ti,
de tu mente, de tus sueños, de tu sentir? Soy tu lado oscuro, aquél que te
empeñas en negar, en distraer.
Temblando de coraje Lupe no sabe qué
responder. Un momento después se quiebra en llanto, cayendo en la hondura del
pozo de su propia existencia. La reconciliación con su otro yo dibuja
poco a poco una sonrisa en su rostro dormido…
Estoy cansado, la pluma ha sido
intensa, emotiva, suspendida sólo por el entumecimiento de mis manos. La
materia prima de la Filosofía es la experiencia interior, el sentido común y el
bagaje de una historia. Uno parte de una fisura de algo que quedó pendiente en
otro pensador o en uno mismo, la estalla, la abre, la escudriña; retoma ideas
propias y las teje con las de otros pensadores.[5] Un breve instante de
la vida quedó plasmado como huella imborrable. La frazada que me cubre aligera
un poco el frío de esta banca. No escucho los ruidos que me rodean, tan sólo
veo difusamente un fresno que con su sombra acompaña estas letras. Tanta
escritura ha cansado mi cabeza. Dejar la vida plasmada en un papel ¿tendrá
sentido? Óscar decía que sí. Mi inseparable compañero de locuras… ha muerto.
Un anciano sentado bajo la sombra de
un gran árbol cierra con un suspiro, lentamente, el cuaderno de sus memorias,
dejándolo sobre uno de sus tantos libros publicados.
—
Abuelo Lupe, ¿otra vez con tus recuerdos?
—
¿Qué quieres que haga mi hijito? Es lo único
que me queda, pues… ¿qué es el ser humano sino la colección de sus recuerdos, a
la espera de lo que venga? [6]
[1]Ver
El Erotismo de Georges Bataille.
[2]Cantar
de los cantares 4,11.
[3]San
Juan de la Cruz.
[4] Estas
reflexiones surgieron en una conversación con el doctor en Filosofía Medardo Plascencia.
[5] Idea tomada de un curso de postgrado que
impartió el doctor en Filosofía Ignacio
Díaz de la Serna; Catedrático de la UNAM.
[6] Esta última pregunta fue sugerida por la Profesora
Nora Cruz Valverde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario