¿Por qué Lupe se había enamorado de
una demoníaca hechicera vestida de princesa de porcelana. Una hija de su puta
madre sin escrúpulos?... Tomó una decisión... Nunca más iba a ser presa de las
garras de Mariana. Aunque tal decisión le desgarrara el alma, pues su mundo
había sido esa niña hasta ese momento.
—
¿Qué haces aquí Óscar?
—
Vine a hacerte menos duro tu dolor. Ya deja de
pensar. Llevas mucho tiempo metido en ese hoyo, meses y meses. Ella no va a
comprender lo que sentías, es una estúpida. No sirve de nada darle perlas a los
cerdos. Mejor vamos a echar desmadre ¿no?
—
Ni siquiera sé cómo echar desmadre, pues cada
instante de mi vida está perfumado por su ausencia. Me quedé sin mundo.
—
Tengo una idea. Vamos a echarnos unas chelas
con Dionisio, ya ves que él siempre le entra.
—
¿Cómo crees que voy a pensar en las chelas si
no tengo ganas de nada?
—
¡Como le encanta al ser humano regodearse en
su dolor! Todo le recuerda a la persona perdida. Tiene una llaga y se la pasa
lastimándola y lastimándola, abriendo la herida para echarle limón. Ya párale
masoca. Ya no pienses en ella.
—
¿Y cómo no pensar? ¿Cómo construyo ahora mi
existencia? ¿Hacia dónde la dirijo?
—
Tú no estás preso como los animales en su
instinto. Tú eres un ser humano capaz de decidir el camino que crees que te
conviene ¿o no? ¿No es el mundo algo construido por el ser humano?
—
Si, si... tienes razón, los animales no tienen
mundo, tienen entorno. Porque yo nunca he visto a un perro hablar de su pasado
ni de sus planes futuros. No hablan de sus desgracias ni de sus victorias. Si
un perro en la calle se pelea por un pedazo de carne, se la come y ya.
—
¿Por qué crees que los animales no tienen
mundo?
—
Porque no tienen lenguaje.
—
Si lo tienen, todo ser vivo lo posee.
—
Lo que quiero decir es que su lenguaje no es
una habla, no da cuenta de lo que sucede a su alrededor y de lo que son las
cosas. Mucho menos pueden dar cuenta del tiempo. Tan sólo de su instante.
—
Tal vez. Yo lo pongo en duda, porque no
tenemos la seguridad de que no se comuniquen ese tipo de cosas.
—
Cuando miramos a los perros nada más los vemos
acompañarse, pelear, de cachondos, jugar o cazar, nada nos hace evidente que
tengan cultura, tradiciones, símbolos o religiones perrunas. ¿Entonces cómo
puedo asegurar que tienen mundo? Por eso afirmo que tienen entorno.
—
Bueno, si... Comprendemos el mundo desde
nosotros mismos a través del lenguaje, por eso entre más se enriquece más se
comprende.
—
¿Por qué crees que leo y hablo tanto contigo?
—
Pero yo insisto, deberíamos ir con Dionisio a
echarnos unas chelas.
—
Carajo, no me cambies el tema. Quiero estar
solo, aislado, sin nadie. Estoy harto de todos, hasta de ti.
—
¡Chale, chale! El ser humano no puede vivir
sin los demás. No somos seres aislados, somos con los otros. No estás flotando
en la nada. No puedes vivir ni conocerte a ti mismo sin el mundo que te rodea
¡Ya anímate! Vamos a ponernos bien pedos... para olvidar. El sonido del
teléfono suspende el diálogo.
—
¿Bueno...?
—
¿Qué onda güey? ¿En qué la rolas?
—
Aquí tristeando. Ya sabes, por la pendeja esa.
¡Ah propósito! También estaba pensando en ti Dionisio.
—
Te invito a que nos pongamos hasta las
chanclas.
—
Irónicamente pregunta Lupe.
¿Tú pidiéndome eso? Si tú ni tomas. Es raro verte pedo o echando desmadre.
—
Hay reventón en mi casa, como todos los
viernes. Me pidió Michelle que te invitara para que salieras de tu depre. Ya se
que a ti no te gustan las pachangas, pero haz una excepción. Te hace falta para
que ya no te claves tanto. Te esperamos. Esta vez no te vamos a aceptar un no.
—
Sale, ya que insistes y porque Michelle lo
está pidiendo, voy para allá.
Los techos llenos de colgajos, las
paredes atestadas de cuadros y adornos de todo tipo. Toda la decoración
aparentemente saturada guardaba una perfecta armonía, envolvía con la calidez
de un abrazo fraterno al que participaba de ese espacio que jugaba con aquél
que ponía su pie en aquella casa. El lugar era una sonrisa abierta a cualquier
invitado, como la caverna de un hobit.[1] Si, así era el hogar
de Dionisio, y se podría continuar describiendo ese mágico escenario lleno de
vivencias, pero esa… es otra historia.
Lucía, magnifica concertista, una de
las mejores del país; Eduardo, un estupendo arquitecto. Dos artistas dieron
vida a un amante de los finos placeres llamado Dionisio, cuyo temperamento
contrastaba con el suave ritmo de la tranquilidad y tolerancia de ellos. Dos
padres comprensivos permitían las más alocadas fiestas de ese joven diablillo
que a pesar de su refinamiento, pulcritud, cultura y amena charla era una
verdadera fichita cuando del desenfreno se trataba.
—
¿Qué onda güey? Qué bueno que viniste.
—
¿Sigues leyendo a Baudelaire con sus Flores
del mal? No te vayas a clavar porque es peligrosón.
—
¡Cómo crees! Nada más es para pasar el rato.
Aunque estoy por iniciar una lectura de Bataille, la encontré en el estudio de
mi papá.
—
¡Qué pesado eres cabrón! Vas a terminar loco.
Puro güey deschavetado te estás metiendo en la cabeza.
—
No es para tanto. Tú tómate esta chela.
—
Hoy tengo ganas de tomar otra cosa. Quiero un
buen puro y un wisky, de los que acostumbra tu padre.
—
O sea que te vas a soltar el pelo. Me late mi
Lupe, pero con discreción hermano, para que no pidan los demás, porque si no mi
padre....
La delgadez y estatura de Dionisio
danzaba con fineza en el ambiente. Copa tras copa pasaban por él sin generar estragos. Sabía
beber. En cambio Lupe, quizá por el estado de ánimo y la sorpresa de encontrar
a Mariana ahí, besándose con Jorge, se embriagó casi inmediatamente; sin
embargo, jamás perdió el hilo del huracán de sus meditaciones. En un rincón
conversaba con Óscar.
—
Todos se ven tan distintos a como yo creía que
eran. ¿Por qué será Óscar?
—
Pues porque ya se te subieron los wiskys.
Imagínate que llegaras a un lugar conocido, donde no conozcas a nadie.
Imagínate que llegas a la escuela y que a ningún maestro ni compañero ni a las
personas que limpian conoces. Apuesto a que te angustiarías ¿no?
—
Claro que me angustiaría. Si ahorita ya lo
estoy. El mundo de cada persona está constituido por los seres cercanos, los
conocidos. Y velos... parecen tan extraños. Aparentan no verme ¿Será que a
ellos les pasa lo mismo que a mí y no me reconocen?
—
Chale ¡Qué fuerte! Te visualizo llegando a tu
casa y que tus propios padres no te reconozcan. ¿Cómo te sentirías?
—
Aterrado, porque el mundo es en parte el
reconocimiento de los demás.
—
Creo que soy un gigante, te agarro y te pongo
en un país distinto al tuyo, con cultura y lengua diferentes ¿Qué harías?
—
Me sentiría desconectado y sin mundo. Entonces
tendría que aprender a comunicarme con los otros, conocer su cultura, sus
costumbres y su lenguaje. Porque eso también es parte del mundo ¿O no?
—
¿Y si despertaras un día y no hubiera nadie?
—
Me quedaría sin mundo. El mundo de toda
persona tiene como una de sus materias primas a los otros.
Lupe perdió el sentido de su
realidad por el alcohol ingerido. Entró al baño y no podía salir. Michelle se
dio cuenta, trató de auxiliarlo, pero la puerta estaba trabada. Pidió ayuda a
Dionisio, quien logró abrirla. Al entrar, una escena grotesca los hizo reír.
Lupe se encontraba tirado en el piso, abrazado a la taza del baño, vomitando,
con los pantalones a las rodillas, queriendo irremediablemente subirlos. Entre
carcajadas y un poco de asco lo vistieron, lo pararon, y lo cargaron para
subirlo a la recámara de Dionisio. Lupe neceaba.
—
Quiero otro trago. No seas mamón Dionisio,
dame más.
—
Pero ni siquiera te puedes mantener parado, güey.
—
Mejor duérmete Lupe, mañana Dionisio te va a
curar la cruda.
Entre sollozos y lamentos Lupe
decía.
—
¡Mariana, Mariana! ¿Por qué? ¿Por qué?
—
¿Qué onda, güey? Ya olvídala.
—
No puedo, no puedo.
—
Esa pinche vieja no vale la pena, es una
mierda. No sé cómo pudiste clavarte con ella. Como que es tu otro yo,
esa parte que tienes escondida.
A Lupe se le nubló todo. De pronto
la experiencia de la nada se apoderó de él. No sabía si estaba en el cielo o en
el infierno. Se sentía totalmente desubicado. Las horas pasaban ¿O quizá eran
los minutos que se estiraban, dejando en él esa sensación de vacío?
—
Te pusiste pedísimo Lupe.
—
¡No estés chingando Óscar, no estés chingando!
—
¿Dónde quedó tu cordura, tu sensatez? ¡¡¡Chale,
hasta a la nada fuimos a parar!!! Que no te das cuenta que no podemos estar sin
mundo. Por medio de él nos conocemos a nosotros mismos y nos ubicamos en la
realidad.
—
Carajo. Todo me da vueltas, ahora no quiero
pensar.
Los sueños de Lupe fueron acariciados
por la figura de Mariana. Bailaba abrazado a su cuerpo, sintiendo flotar su
existencia por la sonrisa de ella. Las manos de Mariana se deslizaban por sus
tiernos brazos. Entonces despertó. Una silueta esbelta, blanca y pecosa
reposaba a su lado. La abundante melena roja como el fuego esparcía su roce por
el rostro adormilado de Lupe. El dulce contacto de los labios de Dionisio lo
despertaron completamente.
—
¿Qué te pasa güey?
—
Pero si lo estabas disfrutando.
—
Estaba soñando con Mariana. ¡¡¡¡Y eres tú!!!
—
Tranquilo, tranquilo. No pasa nada. Siempre me
ha gustado tu belleza.
—
Dionisio, no te conocía esas mañas.
—
No son mañas, son gustos. Y tú eres mi mejor
amigo. Si pasa algo va a quedar sólo entre nosotros.
—
No mames cabrón. Yo no soy gay.
—
Pero yo sí ¿qué tiene? Pruébalo, a lo mejor te
gusta.
Un silencio pesado cundió en el
ambiente. Lupe no sabía qué hacer. Su mente comenzaba a trabajar rápidamente.
El mundo no concordaba con la experiencia que él tenía del mismo mundo. ¿Y qué
es el mundo sino el cúmulo de las experiencias vividas? No se asumía como
homosexual, y sin embargo, no le había desagradado el contacto. Ese fino
volumen que yacía desnudo a su lado le hacía repensar la belleza de otra forma,
y se preguntaba ¿por qué el cuerpo humano es tan bello?
—
No cabrón, yo no. La neta si me gustan las
chavas. Además somos amigos, no la jodas.
—
No te preocupes. Como si no hubiera pasado
nada. Bueno... ahora.... ya sabes mi secreto.
—
Pues no se te notaba. Lo disfrazas muy bien...
Está bien, está bien... por la amistad que tenemos, no ha pasado nada.
Dionisio
le pidió el consabido beso en la mejilla, para sellar esa amistad.
[1]
Un hobit es parte de una raza de seres humanos de corta estatura;
personaje de la mitología tolkiana. (Tolkien es un escritor que en páginas
anteriores se cita) Los hobits viven en cuevas debajo de los árboles, o de la
tierra. Saturan sus hogares de cosas, como coleccionistas. Son amantes de
recibir visitas y dar regalos. Excelentes anfitriones. No se preocupan mucho de
obtener bienes materiales, pero si de tener amigos y de generar a su alrededor
una vida bohemia, centrada en su comunidad, de la que tienen miedo de salir.
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