—
Lupe ¿crees en el destino, en la voluntad del
ser humano, o en el azar?
—
Creo en la vida. No me queda claro si todo
está determinado, si detrás de las cosas gobierna el remolino del azar, si el libre
albedrío es lo que construye el mundo o es una combinación de todo lo anterior.
—
Te estoy preguntando otra cosa, güey. Pero explícame ¿para ti qué es la
vida?
—
No puedo. Me angustia pensar en ella. Creo que
la voy formando día a día.
—
¿Estás seguro?
—
No... pero tú Óscar ¿cómo puedes tener la
seguridad de que estás vivo?
—
Porque siento. Todo ser vivo siente. ¿Tú
podrías vivir sin sentir?
—
Si no sintiera no me daría cuenta del dolor
que me causan los golpes que me ha dado mi padre, los regaños de mi madre o la
ternura que me provoca Luis, ni del palpitar de mi corazón cada vez que veo a
Mariana.
—
Entonces la vida es la tierra del sentir.
La discusión continuó por horas, los
dos amigos sentados en la azotea del edificio veían cómo el sol se escondía
poco a poco, a veces tras la nubes, a veces tras el tiempo de la luz que
terminaba en el mar del fuego multicolor para dar paso a las miles de
luciérnagas de neón de la civilización que se perdían en la lejanía del
horizonte; otras más la reflexión los apresaba implacablemente bajo los rayos
de la luna.
El grito de “A cenaaar...” lo saco
de la dimensión de las ideas. Tuvo que bajar con desgano a ingerir sus
alimentos al mundo terrenal. Una sorpresa lo esperaba. Lo suculento de ese
espagueti gratinado se oponía a la herida que mostraba el rostro de su madre,
que con discreción enjugaba las lágrimas que de cuando en cuando brotaban. El
joven, cohibido, silencio sus labios. No se atrevía a preguntar qué pasaba. Lo
que corroboraba era que su madre también estaba viva, porque sentía. La
preocupación no lo dejó dormir. Escondido tras la puerta que separaba la sala
del cuarto de baño fortuitamente escuchó la conversación de sus padres.
—
¿Por qué tanta lágrima? No quise preguntarte
nada frente a los niños ¿qué te pasa mujer?
—
Estoy muy triste.
—
Eso ya lo sé. Se te ve. Cuéntame.
—
¿Te acuerdas de la hija de mi amiga Irene, la
que fue mi compañera en las clases de ballet?
—
Si, como no. La niña bonita. Se llama... Lucía
¿no? ¿Qué le pasa?
—
La violaron, la ha violado su tío en varias
ocasiones. La tenía amenazada, si decía algo mataba a su familia, pero ya no
pudo más y lo confesó a su madre. Ella me lo contó por teléfono llorando. Me
dijo que lo demandó y que está en la cárcel. Ahora Lucía tiene que carearse con
él.
—
¿Cómo crees? ¿Y cómo esta la chava?
—
Imagínate, destrozada, su vida se hizo
pedazos... quedó fragmentada. Cuando tocan a una mujer con esa violencia es
como si nos dañaran a todas.
Lupe se puso a pensar que el mal y
el bien de alguien no solamente son su mal o su bien, sino que son
manifestaciones del mundo que nos rodea.
—
¿Es compañera de Lupe?
—
No. Va unos semestres más arriba que él.
¿La vida es un todo continuo o está
fragmentada? Pensaba Lupe. Las respuestas a ese cuestionamiento lo mantuvieron
en desvelo en instantes eternos que se esfumaban de respiro en respiro. ¿La
vida está fragmentada o la captamos como fragmentada por los problemas que
tenemos? Meditaba el chico. Lo que dijo su madre de las mujeres le parecía que
no solamente se aplicaba a ellas, sino a todos los grupos excluidos que en su
dolor se hermanan.
A la mañana siguiente, la sombra de
un muchacho cubrió la luz del sol que calentaba el cuerpo del desvelado.
—
¿Por qué siempre estás tan callado y tan
solitario?
—
Así soy Dionisio.
—
Pero hoy además de callado se te ve triste.
¿Qué te sucede?
—
Nada en especial. No sé porqué a veces los
problemas los hago míos cuando no lo son.
—
Explícate.
—
Me enteré que una compañera nuestra fue
violada por un familiar, y eso me molesta porque me siento impotente. Su vida
se rompió.
—
Seguramente cambió por completo. A mi prima y
a su pareja también los violaron.
Dionisio le describió a Lupe el
triste suceso que vivieron sus conocidos. A ellos se les ocurrió salir a
caminar por la noche en un parque solitario. Primero pensaron que solamente los
iban a asaltar. Cuatro tipos los amagaron con pistolas, le dieron un puñetazo
en plena cara que tambaleó al joven, a ella la tomaron brutalmente por la
espalda quebrándole algunas costillas. Los subieron a un auto con la boca
tapada y los ojos vendados. Los perdieron en algún lugar, quizá en un bosque.
Al chavo le destaparon los ojos y lo primero que vio fue a su novia bajo el
corpulento peso de un hombre gordo que le doblaba la estatura. Su cabeza estaba
cubierta por un gorro de montañés que terminaba en su pequeño pero ancho
cuello, mientras los otros enmascarados bebían y reían. Otro de ellos apagaba
su cigarrillo en la entrepierna de la chica. Ella no hacía otra cosa que gemir
con gritos apagados. Pero el hecho no paró ahí. Todavía se atrevieron a
violarlo a él dos de los integrantes de ese grupo. Le rompieron una pierna que
le impidió levantarse. En el suelo le desgarraron a cuchillo la ropa,
hiriéndolo. Sintió un calor que lo desmembraba analmente, y que le torcía toda
la espalda. El aire se le fue, los ojos se le desorbitaron por el dolor y la
angustia.
El rescate tardó meses. El encierro
los fundía cada día más en el infierno de la locura. Finalmente sólo atraparon
a uno de los secuestradores, el cual, a su vez, fue violado en la cárcel,
torturado y asesinado. Se dice que el padre de la chica pagó mucho en función
de su venganza.
—
Ese evento hundió a mi prima por un largo
tiempo en un hospital siquiátrico, y a su novio lo dejó parapléjico.
—
No mames... Lo que me cuentas es totalmente
amarillista.
—
Pero desgraciadamente es real... y sucede.
Saltos, gritos, risas, carcajadas,
locas miradas invadían el vaivén de una escuela. Unos brazos traviesos rodearon
a Dionisio, dejando a los dos jóvenes con el gesto recurrente: “No la peles y
se va”.
—
No manchen, no pongan esa cara ¿a poco creen
que estoy loca?
—
No... para nada ¿verdad Lupe? ¿Tú loca? Si
nada más te vimos desde hace horas tomando el sol acostada a mitad del patio,
con tu libro abierto.
—
Eso es riquísimo, demuestra que nada me
distrae cuando estoy leyendo.
No era extraño ver a Michelle
transgrediendo la cotidianidad con sus ocurrencias. Inteligente, pero inquieta,
a veces pesada, pero carismática, escandalosa, pero tierna.
—
¿De qué hablan?
—
De cosas... Estaba pensando que porqué no vas
a la papelería, te compras una crayola y te dibujas un amigo.
—
Chale, que mala onda. Qué lindo eres conmigo,
qué sutil, que amable.
Lupe, más tranquilo, le dice.
—
Hablábamos de que hay eventos que cambian
radicalmente la vida.
-Sí, a mi me la cambió un libro de
Isaac Asimov. Así me enamoré de las ciencias, pero también me gusta leer
ciencia ficción de otros autores: Ray Bradbury, Aldous Huxley, pero ahorita
estoy clavada en la teoría del caos.
—
¡Órale!... ¿De qué trata?
—
Conozco dos principios básicos, no sé si hay
más. Uno de ellos es “La ley de la Entropía”. Y el otro es “El efecto
mariposa”, del cual a propósito se hizo una película. ¿Se los explico?
—
Pues ya qué.
—
La primera surge de la termodinámica, ésta nos
explica que no existe ninguna teoría exacta, siempre hay errores. En un tiempo
presente hay una mayor cercanía entre la teoría y la realidad, pero entre más
alejado se esté del presente el error se acumula y por lo mismo la diferencia
entre teoría y realidad también.
—
¡¡¿Queeeé?!!
—
Con manzanas la explicación, lentos.
Imaginemos un astrónomo que calcula la órbita de la tierra con un error de un
milímetro por año ¿cuánto se equivocará en mil años? Contesta tú Lupe, para que
practiques mis clases de matemáticas.
—
Carajo. Déjame pensar. Mhmmm..... Un metro.
—
¿Y en un millón de años?
—
Pues..... un kilómetro.
—
¿Y en mil millones de años?
—
Ya, ya, ya, pide perdón y vete. Pero para que
veas que soy buena onda. Mhmmm..... mil kilómetros.
—
¡Vientos! Si sirvo como maestra.
—
Sólo eres mi asesora en los números, no eres
mi maestra.
—
No se distraigan, continuemos. Piensen ¿qué
pasó con ese pequeño error del astrónomo? Ahora tú Dionisio.
—
¡Cómo chingas! Nada más porque me caes bien y
porque no eres tan tonta te voy a contestar. Los errores por más pequeños que
sean se acumulan, como una bola de nieve que va creciendo más y más hasta ser
imparable.
—
Bien, tú tampoco eres tan tonto. Les voy a dar
otro ejemplo. Para ti Lupe: en una clase de matemáticas, que no es tu fuerte,
si te pones a hacer dibujitos y no atiendes es posible que no comprendas un
concepto ¿o no?
—
Pues claro.
—
Si no entiendes el concepto es posible que no
entiendas la clase ¿verdad?
—
Pues sí...
—
Si no entiendes la clase tal vez no entiendas
el tema, y si no comprendes el tema, quizá repruebes la materia.
—
Carajo, ya me la aplicaste. Lo que quiere
decir que la ley de la Entropía se puede aplicar a la vida cotidiana. Ya me
gustó, y lo mejor, ya la agarré. ¿Y qué
onda con el efecto mariposa?
—
¡Ah, ese también es interesante! Fíjense, ése
se construye a partir de la meteorología, que es la ciencia que estudia el
clima. Afirma que en la realidad existen sistemas constituidos por límites,
cuyo desborde provoca un cambio rápidamente.
—
Barájala más despacio.
—
Si las nubes dejan caer su contenido cuando la
temperatura excede por una cosita de nada los 20 grados centígrados, cae un
aguacero, pero si se mantienen los 20 grados no pasa nada. Si atienden a lo
siguiente les puede quedar más claro: Una mariposa crea con su vuelo una leve
fricción que provoca calor en el aire ¿qué pasará?
—
¡Ah chinga! No sé.
—
Yo sí. El límite se desborda y entonces
llueve.
—
¡Exacto! Ya me cayeron bien. ¡Más ejemplos!
Vas caminando por la calle, te topas con una chava que se convierte en el amor
de tu vida ¿si hubieras salido cinco minutos antes o cinco después la
encontrarías?
—
Es muy relativo, pero lo más probable es que
no.
—
Ahora bien. Supongamos que una chava los ve y
piensa ¡guau y más guau, qué bimbollos! Ella se distrae tanto que no se da
cuenta que está a mitad de la calle, un trailer pasa y ¡zaz! Queda como puré de
papa embarrada en el piso ¿Ese accidente cambiará la vida de su familia y de
sus seres cercanos?
—
¡Qué loco y qué rudo! Cambiará todo. Eso significa
que todo lo que hacemos, por insignificante que sea afecta nuestro futuro. No
hay acción sin consecuencias.
—
Bueno... también significa que si sigues
haciendo dibujitos volverás a reprobar matemáticas... física... etc., etc.
—
No jodas. Cuando dibujo es para relajarme, si
no me desespero y no puedo poner atención. Solamente cuando la clase es muy
profunda dejo todo lo que me distrae y me clavo en ella.
—
Te creo que en las humanidades lo hagas, pero
en las ciencias... La verdad te dan flojera, y nos hemos dado cuenta casi todos
que dibujas para evadirte de ellas, porque parece que con tu actitud dices “me
tapo un ojo, me tapo el otro y nada que ver conmigo”. Tú sólo sabes
introspectar.
—
Dejen de chingar los dos. Es lógico que lo que
yo haga en una área de la vida: escuela, casa, calle se enlaza y por lo mismo
afecta a las demás. Los hilos de la vida no son cosas independientes, se
entrecruzan formando un tejido.
—
Para eso si eres bueno, para pensar, pero
aplícalo en las ciencias también.
De pronto la atención de Lupe se
desvió porque vio deslizarse por el pasillo interior de los edificios de la
escuela a Lucía, quien a pesar de tener la mirada quebrada, en su boca se
dibujaba una sonrisa. Lupe pensaba “después de todo... la vida continúa”. Su
sorpresivo silencio hizo que sus dos acompañantes al unísono preguntaran “¿Qué
te pasó, por qué te quedaste tan callado? Sin responder se alejó de ellos,
absorto en sus meditaciones.
—
¿Qué te parece Óscar? ¿Por qué alguien que
sufre violencia puede mantener el ánimo para sonreír?
—
Tú mismo lo dijiste, porque la vida continúa.
Y tal vez porque Lucía ama la vida. ¿La vida es algo bello? ¿No es la vida
nuestra mayor obra de arte?
—
¿La vida permanece estática o permanece a
través del cambio?
—
Yo considero que permanece a través del
cambio, no es como nos lo dicen las leyes de las llamadas ciencias naturales
que pretenden mostrar principios eternos e inmóviles, en cambio la vida, los
ritos, las costumbres, la cultura, la memoria cambian a través del tiempo. Lo
que se gana el título de clásico es lo que permanece en el correr del tiempo.
—
Lo clásico también es lo que
para cada época da un mensaje específico. Bien dice Anastasio, mi maestro de
Filosofía, que Platón jamás pensó que su pensamiento sería aplicado para explicar
en la Edad Media al dios cristiano. Tampoco previó que su “Mito de la Caverna”
inspiraría reflexiones sobre el problema del conocimiento a los modernos, y
mucho menos que su obra “El Cratilo” sería tema de las reflexiones sobre el
lenguaje de los contemporáneos. La obra de Platón dice mucho más de lo que él
alguna vez pensó.[1]
En su casa, ya por la noche, Lupe
acostumbraba leerle en voz alta a su pequeño hermano para que se tranquilizara
y pudiera dormir. A mitad del cuento el niño le gritó.
—
Mentiras, eres un mentiroso, siempre mientes.
—
¿Por que dices eso, Luis? Es un cuento.
—
¿Cómo crees que un lobo va a querer tirar una
casa a soplidos, o que unos cerdos se enternezcan porque su mamá no tiene para
pagar la renta? Ni siquiera hablan. Cuéntame algo más real.
Molesto porque no supo cómo
contestarle al infante, Lupe reflexionó “¿Cómo es posible que estando tan
chiquito ya no crea en cuentos? Crece demasiado rápido. No es el mismo que hace
dos años, en ese entonces se fascinaba con mis lecturas. ¿Qué le leo ahora para
que se sienta bien? Cómo ha cambiado Luis.
Un pequeño niño se acercó a Lupe y
le miró atentamente a los ojos, con aire inquisidor.
—
¿No te acuerdas de mí?
—
Carajo, sí. Preguntas y
preguntas. Tampoco tú me dejarías leerte completo un cuento. Siempre estarías
preguntando ¿por qué?… ¿por qué?… ¿por qué?…
—
¿Entonces por qué te quejas
de Luis? Si tú a su edad, es decir, yo, eras peor.
Recuerdo cuando nació Luis, le tenía
envidia, venía a robarme la atención y el cariño de mis papás, pero poco a poco
se convirtió primero en mi muñeco, después en mi mejor compañero de juegos, y
ahora hasta lecciones de realidad me quiere dar, pero sigue siendo mi mejor
compañero de juegos, en cada momento que paso junto a él me da algo nuevo. Lo
que me hace pensar que yo también he cambiado. Entonces ¿qué es la vida? Nada
la interrumpe, sólo la muerte la detiene. Quizá sea un río de hondo caudal de
impulsos, de sensaciones, de emociones, de vivencias que corren a veces
despacio y otras de prisa, cuyas corrientes se trenzan formado una trama, por
lo que reafirmo que la vida permanece a través del cambio. Sin embargo ¿cuál es
el fondo del insondable enigma de la vida? Yo creo que jamás lo sabremos por
completo. ¿O ustedes sí?”
[1]
Se sugiere consultar el texto Verdad y método de Georg Gadamer para una mejor
comprensión de esta noción.
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