El rechinar de una ventana que se abre de forma intempestiva deja pasar al intruso que se cuela por entre las sábanas; los dientes castañean, la mirada se turba, los ojos se desorbitan. Si… es el miedo, la catarsis de algo cruel y sublime al mismo tiempo.
Un cosquilleo recorre la espina
dorsal de Lupe, lo mantiene constreñido, agobiado, alerta.
—
¿Qué es eso que está allí?
Parece la silueta de un hombre.
—
Tal vez sea un ladrón que se
coló. ¡No te muevas. No hagas ruido. Si te delatas, quizá te mate!
—
Tal vez sea la sombra de mi
ropa que dejé sobre la silla. Mejor me levanto a ver qué es.
—
¡No Lupe! Hazme caso. ¡No te
muevas!
El tormento del silencio parece no
tener fin. Sin embargo irrumpe una voz extraña, fuerte, dominante, oscura;
antecede a una figura delgada, marcada por la vida.
—
¿Quién es, Óscar? ¿Quién me
llama?
El frío sudor se apodera de la piel
del joven pensador. Es la primera vez que su mente se detiene por completo
quedando sólo un espacio blanco. Ninguna idea llega, sólo el temblor acompaña
la agitada respiración de un rostro tenso. El frágil cuerpo de Lupe por
momentos se estremece y su mirada queda fija en el techo sin poder articular movimiento
alguno, en otros logra taparse la cara con la cobija en posición fetal,
tratando de aferrarse a la existencia representada en esa prenda. Se dice a sí
mismo “No hay razón alguna para que sienta miedo, sin embargo, lo siento”.
El extraño de mirada triste,
preocupada, acerca a la cara de Lupe un periódico.
—
Lee esta nota. Entérate del
lado oscuro del ser humano.
—
¿Qué quieres de mí? ¿Quién
eres?
—
Lee… por favor.
La letras se refieren a algo real,
pero inverosímil. No parece humano, sino el acto de una bestia.
—
¿Te parece el acto de una
bestia?
—
No sé cómo calificarlo.
Tendría yo que ser un asesino. Entiendo lo que pasa, pero no lo comprendo.
—
Todos somos asesinos en
potencia. Y aunque no lo creas es un acto de un ser humano. Nunca sabemos qué
puede detonar a la bestia que llevamos dentro; domesticada por la cultura, por
la educación, por la moral. ¿Por qué te espanta leer esto?
—
La violencia termina con la
razón, con el encuentro, con la paz.
—
Sin embargo la violencia
existe en cada paso que damos. Es parte de la vida. Todo sistema social y
teórico, aún el más incluyente, excluye.
—
No estoy de acuerdo con lo
que dices. Pienso que el hombre puede crear un sistema en el que la violencia
quede soterrada, o anulada completamente.
—
Siempre con tus utopías. Coincido
contigo en que la violencia, por lo menos el exterminio masivo y con él toda
agresión física, en la medida de lo posible, debería evitarse. Pero la
intensidad del horror siempre estará presente en el ser humano. Ya lo dijeron
Fernando Savater y Octavio Paz : “Después de todo, es el horror o su proximidad
lo que da su intensidad a la vida… En el hombre hay tales pasiones que nunca
faltará intensidad y horror”.
—
¡Óscar ¿dónde estás?!
—
No te preocupes por Óscar. ¡Disfruta
la intensidad del horror! ¿Qué pasaría si todo fuera permitido en una sociedad?
—
Una sociedad sin leyes, sin
prohibiciones no sería posible.
—
¡Me estás dando la respuesta!
Existen elementos que ningún sistema puede asimilar, porque al incorporarlos
generarían su autodestrucción.
—
¡Explícate!
—
¿Podemos dejar que camine por
la calles el protagonista de los asesinatos?
—
No, porque seguiría matando
sin parar.
—
No es posible aceptar a
alguien que asesine, viole, corrompa el orden social, la única salida es
excluirlo. ¿No lo crees? Sin embargo… El fin nunca debería ser excluir, lo
podemos ver como el último remedio, antes hay que atacar la enfermedad.
—
Entiendo porqué el orden
social no puede incluir todo, pero ¿por qué dices lo mismo de un sistema
teórico?
—
Un principio mínimo de
racionalidad lo formuló un pensador mexicano llamado León Olivé: “No todo se
vale”. Si todo fuera válido y verdadero no habría ciencia ni filosofía, daría
lo mismo la palabra de un timador que la de una autoridad en el tema. Aunque
exista un infinito de interpretaciones válidas y posibles, eso no significa que
toda interpretación sea válida y posible. ¿Entendiste?
—
No. Hablas de un infinito de
posibilidades ¿no es lo mismo que todo, es decir, a lo que no le falta nada?
—
No, el infinito y el todo son
cosas distintas. ¿Cuántos números existen entre el cero y el uno?
—
Un infinito ¿No?
—
Existe un infinito de números
pares y otro de nones, y ninguno de los dos son el todo, también están las
fracciones, los números irracionales, y aun cuando cada uno de ellos es
infinito no forman el todo.
—
Ya te entendí. De la misma
manera podemos decir que existe un infinito de formas de vivir, aunque no todas
sean aceptables en un sistema social. Por ejemplo, los actos que este asesino
realiza no se toleran, pues no se puede ir matando por ahí a todo el mundo.
—
No has acabado de leer,
continúa…
Lupe se sintió amenazado por el
extraño, razón por la cual a regañadientes leyó completo el artículo acerca del
asesino serial. Se enteró de que era un hombre pacífico, poco sociable, pero
amable. Engañaba a sus víctimas con gran facilidad, las llevaba a su casa para
violarlas, las mataba, destazaba sus cuerpos. Las partes que consideraba
inútiles las diluía en ácidos y las desechaba por el inodoro. Senos, nalgas,
órganos sexuales, labios eran cocinados con algunos condimentos y comidos por
él. Los sobrantes los daba a los perros de la calle. Le gustaba beberse en
finas copas de cristal la sangre de los cuerpos mientras llegaba a un orgasmo
acompañado por el líquido rojo que desmesuradamente se le escurría entre los
labios. No cabe duda de que era un tipo refinado, del que nadie pensaba que
podía ser un asesino. Hasta destacaba como una buena y noble persona. Publicaba
poesía, y no era un mal poeta. Su personalidad era una suave brisa de verano,
cálida, confiable, dulce. ¿Quién iba a pensar que habitaba en él un monstruo? Al
término de la lectura Lupe logró concluir que este hombre que mataba por placer
era un tirano y al mismo tiempo un hombre libre, soberano en sus actos,
independiente de las normas sociales que imperan en cada comunidad. Por eso es
visto como una bestia. Es un ser tal vez inocente, ingenuo, un asesino por
naturaleza.
—
¿No seremos todos asesinos
por naturaleza?
—
A veces así lo pienso, pues
¿quién no ha deseado por un momento la muerte de un ser cercano o querido? ¿O
quién no ha matado moscas, ratones, lagartijas? ¿Somos cómplices de los
carniceros que diariamente matan para comercializar los alimentos que llegan a
nuestra mesa? ¿Necesitamos realmente como nutriente la carne de un animal
muerto? ¿No será esto un acto de soberanía ante el más débil? ¿No será que la
vida y la muerte tienen un pacto?
—
Para matar es necesario ser
insensible frente al visage, es decir, el rostro del otro.
—
¡Sabes francés!
—
Domino el idioma, además de
mi lengua materna: el español, también el alemán, el italiano, el inglés, el
griego, el latín, el hebreo, y me encanta el náhuatl.
—
¡Qué maravilla! ¿Quién eres?
—
No te distraigas en
nimiedades. Concéntrate en el análisis somero de la parte maldita del
ser humano. Esa que escondemos todos.
—
Además de maravillarme, me
asustas.
—
Todos nos asustamos frente al
desconocido. Continúa.
—
Pienso que este hombre oculta
el rostro de sus víctimas, o pide que no lo miren para ejecutarlas. ¿Sería
posible el asesinato si fuéramos sensibles frente al rostro del otro?
—
Yo creo que no; sin embargo
insisto en que es necesaria la violencia para la existencia de toda sociedad y
de toda teoría.
—
Aunque no me agrada la idea,
ese hombre debería ser castigado con todo el peso de la ley, es más, merece la
pena de muerte, pues no tiene piedad de sus semejantes.
—
Estás convirtiendo este hecho
en una venganza. Detente a pensar en que ese hombre también es un ser humano. Si
lo matáramos nos pondríamos a su mismo nivel. Marco Aurelio, el único emperador
filósofo, afirmaba que todos los días trataba con un asesino o con un ladrón,
pero antes que todo trataba con seres humanos.
—
¿Pero cómo es posible que no
quieras que se castigue ese acto?
—
No es que no quiera que se
castigue, sino que antes que todo se le trate como humano. Un castigo por sí
mismo no mejora la conducta de una sociedad. Que se le recluya en una cárcel, o
si se descubre que tiene una enfermedad siquiátrica que se le atienda en un
hospital. De tal forma que se recupere en algo la paz en las calles y en los
lugares de encuentro humano.
—
Creo que tienes razón, porque
ya pensándolo hay peores asesinos, tiranos que andan libres siendo jefes de
Estado o con algún cargo político importante, y no se les hace nada. Mueren
tranquilos, rodeados de enfermeras, rociados de fragancias de arreglos
florales, y a veces hasta con honores.
—
Si. Escucha, el totalitarismo
maneja un lenguaje inmóvil, inflexible, mesiánico, que promete el paraíso, pero
que sólo termina engañando a la mayor parte del pueblo. Manejan dos o más
discursos. Por lo menos, uno para la cúpula y otro para la masa. Duplican todas
las instituciones manteniendo una doble máscara, y entre más secreto sea el
discurso o más secreta sea la organización, más poder de dominio se halla atrás
del mismo.
—
Tienes toda la razón, pero yo
añadiría que tanto el tirano como el asesino serial se quieren asemejar a los
dioses en la aplicación del poder. Se aferran a su verdad y no son capaces de
escuchar a los demás. Este asesino en especial se parece aún más a los tiranos,
porque se disfraza de un caballero con nobles intenciones, de todo un barón,
podríamos decir que hasta de un mesías, pero en el fondo oculta la daga de su
frío engaño.
—
¿Y no te has preguntado cuál
es el origen de toda esa violencia?
—
¿Serán los abusos, los golpes,
los impactos violentos que recibió en su niñez los que convirtieron a este
hombre en un asesino?
—
En la historia de la
humanidad han existido otros asesinos que tuvieron una infancia feliz, buenos
amigos, padres preocupados por ellos, una buena educación moral, un buen nivel
económico, pero ni eso evitó que llegados a cierta edad cometieran crímenes. En
realidad no se sabe cuál es el detonador que coloca a estas personas en actitud
de matar.
—
Tal vez no exista una razón
última para dar cuenta de lo que sucede en la mente de un asesino, pero lo que
si creo es que hay ciertas condiciones y circunstancias que propician un caldo
de cultivo o una tierra fértil para que germinen con mayor facilidad los
criminales.
—
El aislamiento del mundo
moderno, la falta de comunidad ha llevado al hombre a una insensibilidad frente
a los otros. Realizan las personas su vida cada una en soledad. Tú mismo lo
vives en tu casa, tienes una verdadera incomunicación con tus padres. ¿No es
así?
—
Algunos dicen que por mi edad
tengo esa sensación de incomprensión, pero yo creo que la sociedad entera vive
sin comunicación real. Cada saber tiende a encerrarse en sí mismo, en el
monólogo. Gobierna la esquizofrenia de las lenguas en una especie de Babel.
—
Y si añadimos el miedo como
un aliado de la dominación, estimulado como un frenético show por los noticieros y medios masivos de comunicación tenemos
como resultado una sociedad paranoica. Agreguemos a eso la venta de armas, la
abundancia de licorerías, y esa terrible evasión de sí al envolverse con
aparadores de un mundo polifacético de distractores: grandes centros
comerciales donde parece que todos conviven, pero nadie se encuentra. El
Internet, los videojuegos, la televisión… todos en soledad. No voltean los ojos
especialmente en las grandes ciudades al mendigo, al indigente. Se encierran en
sus burbujas: coches, oficinas, fraccionamientos; esos lugares los convierten
en una capa protectora que los resguarda de lo que creen es una inmundicia, y
que desde otro punto de vista, del que lo sufre, es una realidad.
—
Igual que las grandes
corporaciones se aíslan del Tercer Mundo.
—
Veo a los líderes políticos
como actores de una obra teatral que nos quieren tomar el pelo.
—
Pero algunos son elocuentes.
No olvides que los dictadores convencieron a pueblos enteros con sus discursos.
Podríamos decir que hay una estética en la política, como hay una estética de
la guerra, como afirmó el buen Walter Bejamin.
—
¡Ya despierta, ya son más de
las diez!
—
¡Pinche Óscar! ¡Qué manera de
despertarme!
—
No te quejes, ni que fuera
para tanto. Hasta la baba se quedó en la almohada de tan dormido que estabas.
—
¡Cómo no me voy a quejar! En
mi sueño tenía una excelente discusión acerca de la política y los asesinos
seriales con un desconocido. ¡No te vayas a reír cabrón, pero por un momento pensé que era….!
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