Las bofetadas estuvieron de a peso,
no era la primera vez, con ellas entendí que mi héroe se había muerto, sólo me
quedaba un hombre que se decía mi padre, quien descargaba su ira sobre mi cara,
que dejaba no marcas en la piel, sino en el alma, que se alejaba de mí a cada
golpe. ¿Seré igual que mi padre cuando crezca? Espero que no.
Lupe, con la cara ensangrentada por
una escandalosa hemorragia en la nariz, a la que ya casi estaba acostumbrado
por los cambios de humor de su padre, dejó escapar poco a poco un llanto
tartamudo que dobló su delgado cuerpo, se le atoró en la garganta. Su alma se
infló, explotó en lágrimas dentro de un pesado silencio, en la penumbra de su
cuarto. Óscar lo cubrió con las tibias cobijas de sus brazos, acompañándolo en
sus sueños. De pronto, Lupe despertó, su mejor refugio era pensar, pensar,
pensar y... hablar… con Óscar, era como ir de viaje a la habitación más
recóndita del castillo del alma en el reconocimiento de sí mismo. Las heridas
aún latían en su piel entumida ¿Por qué su padre lo golpeaba de esa manera si
él no bebía, no fumaba, no robaba ni asesinaba? “¿Qué demonio atormenta a mi
padre? ¿Qué oscuridad lo habita? ¿Por qué siendo tan cercano a veces me parece
un desconocido, un extraño, un intruso, un extranjero? ¿De qué deformidad o
torcedura me ve hecho para aplastarme, pisotearme, insultarme?”
—
Te lo mereces por andar reprobando matemáticas.
Sabes que a tu padre eso le molesta mucho ¿Para qué no estudias?
—
Carajo Óscar, estoy de acuerdo en que merecía
una llamada de atención ¿pero pegarme así? Parecía una máquina irrefrenable de
madrazos.
—
Pero es que tú no entiendes, no quiere que te
pase lo mismo que a él. No pudo con la carrera por las matemáticas. Acuérdate
que quería ser un ingeniero brillante, destacado, y terminó siendo un simple
burócrata calificado, frustrado.
—
¿Y yo por qué tengo que pagar sus
frustraciones?
—
Muy sencillo, porque eres su hijo, y no hay
nada más fácil que vivir una vida frustrada a través de la de los hijos. Tu
papá te quiere, pero es un tipo que no se sabe comunicar si no es por medio de
la violencia, la manipulación y las amenazas.
—
Yo no quiero ser como él. Si algún día llego a
tener hijos en vez de pegarles voy a hablar con ellos de sus verdaderos
problemas.
—
La drogadicción, el alcoholismo, el
tabaquismo...
—
Espérate, espérate ¿Tú haces todo eso?
¿Solamente los adolescentes padecen esas adicciones?
—
Yo no lo hago, no me gusta, además veo que no
sólo los adolescentes tienen esos malos hábitos, también los adultos y hasta
los ancianos.
—
Entonces esos no son los verdaderos problemas
que hacen ser a los jóvenes, jóvenes.
—
Ya entendí lo que me estás insinuando, quieres
ir a la raíz del problema, al origen.
—
Fíjate en la mayoría de los anuncios
publicitarios, se encargan de dar a la población una información equivocada.
Hacen pensar que sólo la gente joven es susceptible de drogarse, de
alcoholizarse, de fumar, como resultado pensamos que los problemas que definen
a la juventud, al puberto, al adolescente son estos hábitos, pero no es así.
—
¿Cómo veías a tus padres cuando tenías cinco
años?
—
Como dioses. Yo quería ser como mi padre, no
me importaba qué fuera: albañil, doctor, burócrata, todo lo que hacía me parecía
fascinante. Pero ahora que ya he crecido todo se ha desmoronado. No me
entiende, no me escucha, no habla conmigo.
—
¿Que pasaría si siguieras viendo a tus padres
como dioses e imitaras todo lo que hacen como cuando eras pequeño, como tu
hermanito Luis?
—
Nunca llegaría a ser yo mismo, pues no
seguiría mi propio camino, sino el de ellos.
—
Por eso te rebelas. Te estás buscando a ti
mismo ¿Y no es la rebeldía un problema común y natural de los adolescentes?
—
Claro, tienes razón. No son los otros
problemas. Además de la rebeldía ¿que otros problemas ves?
—
¿Qué vas a ser cuando crezcas? ¿Imaginas tu
vida en 20 años?
—
No.
—
¿Ya sabes qué quieres estudiar?
—
Ciencias no, pero aún no sé exactamente qué
quiero.
—
¿Eres independiente económica y
emocionalmente?
—
No. A veces quiero que me traten como a Luis,
que me consienta mi mamá. A veces tengo flojera y quisiera no ir a la escuela y
pasármela en los juegos de Internet. Otras, me gustaría que me sirvieran el
desayuno en la cama, que me dejaran ver las revistas pornográficas y
masturbarme todo el día sin que me dijera mi padre que me van a salir pelos en
las manos, o mi madre dejara de gritarme ¡“ya salte del baño ¿qué tanto
haces?”! Ni siquiera me dejan terminar una a gusto.
—
Todo lo que me dices demuestra que aunque
quieres independencia, libertad, seguir tu propio camino, sigues siendo un niño
porque no sabes qué buscas en la vida, y sigues dependiendo de tus padres.
—
Ya me chingaste, si es cierto. ¿Estar
desubicado es otro problema común?
—
Así es mi querido amigo. Mira que listo eres.
Pero todavía nos falta al menos uno. Justo el que acabas de describir ¿a poco
un niño de tres años se quiere acercar a una revista porno o hacerse una
chaqueta?
—
No, nunca lo he visto. Creo que a esa edad ni
siquiera se piensa en eso, lo que quiere decir que la sexualidad es otro de los
problemas que compartimos los chavos y las chavas, aunque a ellas se les
reprime más. Terriblemente se les enseña que está mal, llenándolas de culpa.
—
¿No será que es parte de la educación de
antaño? Porque alguna vez en un texto de historia en el que se hablaba de la
época victoriana leí que las mujeres con sus maridos no debían sentir placer,
que sólo las prostitutas, hoy llamadas sexo-servidoras, podían disfrutar su
sexualidad y darle satisfacción a los hombres que las frecuentaban. En cambio
los hombres entre más aventuras tenían más hombres eran. Pero sigue siendo
igual ¿no?
—
Carajo, pobrecitas. Si, sigue siendo igual.
Con razón mi tío Manuel dice que hay muchas viejas mal cogidas que andan con su
jeta todo el día, y que no se saben entregar, pero en realidad él es un tipo
frustrado en el amor porque se ha topado con cada vampiresa que le chupa la
sangre y la cartera cada vez que puede, así que quizá no sea una buena
referencia.
—
Yo también escuché a mi mamá decirle por
teléfono a una de sus amigas que los hombres, con la educación de machos que
les dan, no se toman el tiempo para seducir adecuadamente a su pareja, parece
que quieren ir a lo que van sin previa introducción, casi casi como si se quisieran
hacer una chaira, dejando a la chava tan caliente como un boiler.
—
Y aunque estos problemas no son exclusivos de
nosotros los chavos si se empiezan a manifestar en esta etapa, y constituyen la
esencia, la raíz de la problemática del adolescente.
—
Ya compusimos el mundo con nuestra
conversación.
Días antes de los exámenes finales
nos enteramos que habían corrido al profesor de Literatura, al principio no
supimos porqué. Era una persona carismática, buen profesor, se la pasaba entre
chiste y chiste explicando la lengua y a sus hablantes. Era imposible contener
la carcajada, sin embargo si aprendíamos, lo único que le critico es que no nos
ponía actividades, se comportaba como un cómico de la tele que nos daba su
espectáculo sesión a sesión. Después nos enteramos que lo despidieron porque
faltaba mucho a clases, y eso se debía a que bebía en exceso ¿cómo una persona
noble, inteligente, simpática, con talento puede arruinar su vida por un mal
hábito? Tampoco les he contado que se metía drogas: marihuana, cocaína, piedra,
etcétera, etcétera. Se le notaba en la mirada, los ojos vidriosos, hinchados
como de mafioso lo delataban. Algo le había nublado la mente tanta porquería
que se metía, pues de repente a media clase olvidaba de lo que estaba hablando
y nos preguntaba. Se justificaba diciendo “no he dormido bien, ustedes
disculparán”. Como era tan agradable no nos importaba tanto, sólo nos reíamos.
Nos comentaron las secres de Servicios Escolares que entregaba tarde las
calificaciones y que no hacía ningún reporte. Tenía muchos proyectos, pero
todos los dejaba a la mitad. Su maldito vicio, como un ave de rapiña, se
carcomía su gran genio. Era un hombre con muchos problemas.
La bella Mariana, a la que yo amaba
secretamente, era mi gran problema ¿cómo un problema puede ser bello? Ella a su
vez también tenía problemas, era la víctima de todas las clases, era a la única
a la que le llamaban constantemente la atención, pues se la pasaba con el
espejo en la mano y platicando con sus amigas, a las que los maestros apodaban
“las cotorras” porque generaban una envoltura de barullo, risas y chismes que
como un suave sonido perturbaban las clases. Para los profesores eran una
pequeña piedra en el zapato, que al inicio no molestaba, pero con el tiempo los
hacía explotar de rabia. Y aunque a mi también me sacaban de onda no puedo
negar que eran muy divertidas. La clase de literatura oscilaba entre la gracia
del profesor, sus enérgicas llamadas de atención que nadie se las creía porque
hasta él mismo se reía de los comentarios de “las cotorras”, y lapsos
brillantes de él que dejaban un silencio encantador. Sin embargo he pensado
¿qué pasaría si la gente no tuviera problemas? Porque todos los tenemos de un
modo u otro.
—
No creceríamos, seríamos débiles, inmaduros,
al primer problema que se nos presentara nos desmoronaríamos, porque no lo
sabríamos enfrentar.
—
¿Entonces qué sentido tienen los problemas?
—
Pues nos permiten crecer, madurar, hacernos
fuertes. Y saber levantarnos de nuestras caídas.
—
¿Qué es lo más importante de un problema, el
transcurso o la solución?
—
La solución.
—
Tú vas a estudiar Física, una maestría en
Física Atómica, un doctorado en aceleradores de partículas. Te vas a casar con
la primera chava que pase por tu puerta y vas a tener tres hijos.
—
¿Por qué si no me gusta la Física?
—
¿No querías una solución? Ya la tienes, ya te
resolví la vida. A ver, otra vez... ¿qué es más importante el transcurso o la
solución?
—
Pues el transcurso.
—
Piensa que llevas tres días sin comer,
absolutamente nada, ni agua, ahí ¿qué es más importante?
—
Ya te agarre la onda. Depende del tipo de
problema. Si es existencial, como el sentido de vida, lo que somos, nuestros
proyectos futuros, entonces lo más importante es vivirlos día a día y
transcurrir con ellos. Pero si es un problema de una necesidad inmediata,
básica, como vestirse, comer, ir al baño, bañarse entonces lo más importante es
la solución. Aunque a veces cuando cubrimos esas necesidades y tenemos el
tiempo para realizarlas holgadamente estas actividades se pueden tornar en
placeres que vale la pena vivir y gozar a plenitud durante su transcurso. ¿A poco no te sientes bien cuando vas a cagar
a gusto, o a comer, o a bañarte....?
—
¡Claro....! Además creo que también hay
ocasiones en que no sabemos con exactitud qué tipo de problema sufrimos. Por
ejemplo, el alcoholismo y la drogadicción de mi profesor requieren de una
solución inmediata, sin embargo, no puede ser eficaz si no hay un proceso de
reconocimiento del problema. En su caso es más importante la solución, pero
también es importante el transcurso. Y hablando de problemas ¿qué vas a hacer
con esa bajísima calificación en matemáticas?
—
No quiero otra madriza, todavía tengo
moretones. Tengo que buscar la solución.
—
¡Ya sé! Pídele ayuda a Michelle, ella es muy
buena en la materia, ya ves que hasta monitora del grupo es.
—
Pero se burla mucho de mí junto con Jorge y la
bola de patanes que están a su lado.
—
Pero a veces te defiende.
—
Voy a pensarlo, aunque también Liliana es
buena. ¿Qué curioso verdad? Son mujeres las dos y entienden las matemáticas, aun
cuando existe el mito de que éstas no son para las chavas. No me atrevería a
pedir auxilio a ninguno de mis compañeros, todos me tratan mal, por mi nombre…
“Lupe, Lupita”. Como si nunca lo hubieran escuchado.
—
Pero es que también dicen que eres muy
matadito, y eso es raro en un chavo de tu edad.
—
Solamente en las materias que tienen que ver
con las humanidades. Las ciencias me chocan, por eso no pongo atención, y me la
paso haciendo dibujitos. Yo creo que es también por lo callado que soy.... no
me gusta lo que hablan los demás, me parece soso, insulso, superficial, baboso.
—
Cálmate Einstein. Más bien no te hablan por lo
mamón que eres.
Un tranquilo parque cercano a su
casa era el lugar favorito de Lupe y el pequeño Luis. Dos veces a la semana
acostumbraban jugar en la resbaladilla, el pasamanos, volar en el columpio. De
vez en cuando jugaban canicas, matatena, trompo, gato dibujado en la tierra, o
saltaban en los juegos multicolor pintados en el piso. Todas esas actividades
los acercaban entre sí, les hacían olvidar la diferencia de edades. Era un
tiempo de fiesta suspendido en un sueño.
Luis, contrariamente a Lupe, era
hábil en las ciencias, todo lo armaba y lo desarmaba, a veces sin obstáculos y
otras dañando irremediablemente licuadoras, videocaseteras y otros aparatos eléctricos.
Su mamá ya le tenía prohibido tocar los electrodomésticos, pero tal parecía que
Luis no entendía, era inquieto y perspicaz, las prohibiciones lo incitaban más.
Su inteligencia estaba fuera de su edad, por ello se sentía desadaptado.
Algunos maestros habían dicho a sus padres que tenía que ir a una escuela
especial, pues rayaba en un genio hiperquinético, no lo podían controlar porque
cuando le preguntaban al travieso muchacho respondía brillantemente, burlándose
de ellos. Sin embargo era muy cariñoso, siempre estaba al tanto de sus seres
queridos, a los que sorprendía con dibujitos, espontáneos abrazos y curiosos
detalles. Lupe lo comprendía muy bien, le causaban ternura sus arranques
amorosos con pequeñas cartitas llenas de corazones, florecitas y animalitos,
que entregaba a Alix, una niña que de repente los acompañaba en sus juegos. Los
dos hermanos no compartían la misma lucidez, pero ambos brillaban de distinta
manera. Frecuentemente Luis recogía pajaritos o perritos lastimados a los que
cuidaba secretamente hasta que sanaban, los mantenía escondidos en un rincón
bajo la escalera del edificio en el que habitaba su familia. Sólo Lupe sabía
este secreto. Admiraba la constancia, el esmero de su hermano por atender a sus
mascotas momentáneas, porque ese niño chiquito era capaz de quedarse sin comer
por darle un trozo de carne a un perrito enfermo.
—
¡Gané todas las canicas, perdiste de nuevo
Lupe! Grandes carcajadas se acumularon en la boca del chiquillo.
—
Eres un tramposo, te aprovechas porque estás
chiquito. Y si te hago algo me acusas con mi papá.
—
No te enojes, te doy la mitad de las canicas
que te gané, pero si me haces algo si te acuso con mi papá.
—
Ahora verás, maldito escuincle burlón.
Con grandes zancadas Lupe comenzó a
perseguir a Luis, que corría despavorido entre risas sarcásticas diciendo “¡Te
ganeeé... te ganeeé! En ese momento pasaba por ahí Michelle, detuvo
abruptamente a Lupe, que no podía dejar de sonreír por las travesuras de su
hermanito.
—
¿Qué haces Lupe?... ¿Qué te pasó en la cara?
El temperamento de Lupe súbitamente
cambió. La sangre se le heló con la pregunta. No quería contestar, pero la
lengua lo traicionó.
—
Me pegó mi papá porque reprobé matemáticas.
Siempre que pasa me golpea.
—
¡Qué poca madre! Te dejó como boxeador. Conmovida,
la chica abrazó cálidamente a Lupe -No te preocupes, yo te ayudaré con la
materia-.
El arropamiento que recibí de esa
extrovertida y al mismo tiempo sensible compañera de escuela me hizo percibirme
frágil... pero bien. Por primera vez...
me sentí realmente acompañado.
[1]Pregunta
tomada de las clases del profesor Alfredo Almazán.
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